CRÍTICA DE TV

Sésamo

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Cuarenta años no es nada, ¿verdad? Cuarenta años ha cumplido Barrio Sésamo, un programa que al menos un par de generaciones de españoles recuerdan como parte de su propia vida. Sesame Street nació, en efecto, en los Estados Unidos en 1969. No era propiamente un relato, una historia, sino más bien un contenedor infantil; pura televisión. Los creadores del programa fueron Joan Ganz Cooney y Lloyd Morrisett. Para su estreno en la cadena pública NET, Sesame Street recuperó a personajes que ya circulaban por ahí: las marionetas de Jim Henson, los muppets o teleñecos, como la Rana Gustavo, que es la más veterana del universo Sésamo. Henson fue también el creador de Epi y Blas (Bert & Ernie), aunque su constructor propiamente dicho fue Don Sahlin, que dio forma física al dibujo original de Henson. Hoy, la verdad, ya nadie se acuerda de Cooney, Morrisett, Sahlin y ni siquiera de Henson, pero todos sabemos quiénes son Epi y Blas, Gustavo y Coco, Triki y Elmo. Los Teleñecos llegaron a España hacia 1976, en aquel programa que se llamaba Un globo, dos globos, tres globos. A partir de entonces, siguieron acompañándonos durante largos años bajo diferentes envoltorios. El Barrio Sésamo que hizo TVE en San Cugat llegó a recibir el premio a los mejores decorados y ambientación de esta serie. Era 1996. ¿Y hoy? Como ha pasado mucho tiempo ya, todos tendemos a comparar Barrio Sésamo con los productos infantiles de hoy y pasamos por alto lo que la aparición de esta serie significó en su momento, en la televisión de los años sesenta y setenta. Los muñecos de Barrio Sésamo crearon una revolución estética importante. Hay que recordar que, hasta esas fechas, la estética infantil venía presidida por el modelo Disney, que era muy respetuoso con el canon occidental. Por el contrario, los diseños de Henson eran feos, deliberadamente feos, más parecidos a peluches imposibles que a seres de carne y hueso. ¿Feos? Hoy no nos lo parecen, pero hace cuarenta años, sí. Tanto ha cambiado nuestro criterio estético. El estilo Sésamo terminó haciéndose a su vez canónico, y ahora es inimaginable que alguien construya marionetas infantiles que parezcan humanas; véase el caso de Los Lunnis.