El francotirador de Washington afronta la pena de muerte por diez asesinatos
John Allen Muhammad, que no ha reconocido los crímenes, tiroteó a sus víctimas escondido en un vehículo
CORRESPONSAL. NUEVA YORKActualizado:Si el verdugo atinó con la vena, y después de que el gobernador de Virginia, Timothy Kaine, un fervoroso católico, se negase ayer a otorgar clemencia, cuando el lector abra este periódico EE UU habrá ejecutado a uno de sus asesinos más famosos. Si se sigue el guión previsto, John Allen Muhammad habrá pasado a la historia como el misterioso francotirador que en 2002 aterrorizó los alrededores de Washington durante tres semanas.
Sus diez víctimas murieron por hacer cosas cotidianas, como poner gasolina o ir de compras a un centro comercial, sin sospechar que escondido en un coche, Muhammad y su pupilo de 17 años, Lee Boyd Malvo, les tenía en el punto de mira de su rifle.
Fue la víctima número nueve la que le ha costado la vida. Dean Meyers, de 53 años, se había atrevido a poner gasolina cuando pocos se arriesgaban a merodear las calles desiertas y los valientes salían agazapados de los coches. Los fiscales de los tres estados implicados acordaron que su caso fuese el primero en juzgarse, teniendo en cuenta la severidad de Virginia en aplicar la pena de muerte.
Malvo, en atención a su corta edad y el adoctrinamiento implacable de este padre adoptivo que le arruinó la vida, fue juzgado en Maryland, donde se le condenó a cadena perpetua gracias a que aceptó no apelar la sentencia. Hasta 130 testigos desfilaron por su juicio donde las pruebas eran contundentes: la Policía detuvo a ambos durmiendo en el Chevrolet azul al que le habían perforado un agujero en el maletero para deslizar el cañón y la mirilla telescópica del rifle. Sin embargo, las únicas huellas que se encontraron en el arma fueron las del adolescente que presuntamente apretó el gatillo, mientras Muhammad dirigía la operación. En el vehículo se hallaron mapas con los objetivos señalados y un ordenador portátil.
La Policía cree que fue el propio Mohammad el que hizo la llamada anónima a un sacerdote pidiendo que investigaran un viejo tiroteo en una tienda de licores para ponerles sobre la pista de su identidad, pero el asesino nunca admitió ser el buscado hombre del rifle.
«No voy a permitir que ejecuten mi inocente culo negro», dijo en una carta a su primera esposa, la única que le visitó ayer, horas ante de que se enfrentara a la ejecución.