Sociedad

¿Sin trampa ni cartón?

El 'reality' vive un buen momento. Todas las cadenas se apuntan con nuevas versiones que lanzan a la fama a gente anónima en una telerrealidad a veces no tan real

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Diez personas aisladas en una casa de Soto del Real con 29 cámaras alrededor grabando su día a día. No es difícil imaginar el nombre del programa. Una pista más: ¿Quién me pone la pierna encima?. La mítica frase daba la vuelta al país hace casi diez años. Efectivamente, era la primera versión española de Gran Hermano. El padre de los reality shows marcaba un antes y un después en la historia de la televisión. Ha llovido mucho desde entonces. El formato, creado por el holandés John de Mol y desarrollado por su productora, Endemol, ha sido emitido en más de 70 países y, en España, ya va por la undécima edición. A pesar de los años, no sólo mantiene el tipo, sino que sigue atrayendo a la audiencia. La clave está en renovarse. Y no sólo para el espacio que presenta Mercedes Milá. El truco vale para todos los títulos de la misma familia. La diversificación de la oferta ha hecho que el formato de la telerrealidad esté viviendo hoy uno de sus mejores momentos, empezando a deshacerse de la etiqueta que lo asociaba a la banalidad y ocupando gran parte de la pantalla.

Todas las cadenas lo incluyen en su parrilla. Hay realities para todos los gustos: desde granjeros que buscan esposa hasta ejecutivos que compiten por el trabajo de su vida, jóvenes que sufren en sus carnes eso de la fama cuesta o chicos que regresan a las aulas de los años sesenta. Todos se han hecho con el favor del público después de unos años en los que buena parte de ellos iban de vuelta a los corrales. Véase El topo, El secreto o La caja.

«Al público hay que entretenerlo, pero quiere que le sorprendan y en un futuro marcado por la amplia oferta de canales, eso es muy importante», advierte Jaime Guerra, director de Contenidos de Zeppelin TV, productora de los exitosos Gran Hermano, Curso del 63 y Fama, entre otros títulos. A su juicio, el 'reality' «nunca se ha ido», «siempre ha interesado a las cadenas». Lo que ocurre es que siempre es un riesgo y, según comenta, «es mucho más difícil vender un programa que no viene avalado por un éxito internacional».

Modelos que se importan

De ahí que tanto productoras como cadenas se encarguen de rastrear lo que se hace fuera de nuestras fronteras para posibles fichajes. De Holanda procede Gran Hermano (Telecinco) y Pekín Express (Cuatro); de Reino Unido llegaron Curso del 63 (Antena 3), Granjero busca esposa (Cuatro) y Supernanny (Cuatro); de Estados Unidos, El aprendiz (La Sexta), y así un largo etcétera. «Si triunfa en otro país, es más fácil importarlo a España», añade Jaime Guerra, para quien, no obstante, resultaría complicado encontrar explicación al éxito del reality. Coincide el productor ejecutivo de Curso del 63 y subdirector de Programas de Antena 3, Julio Sánchez: «Es imposible saber la reacción de la audiencia».

En cualquier caso, Guerra se inclina por la curiosidad de la audiencia, pero también por el factor de novedad y la selección de los concursantes. Cree que es fundamental. «El éxito o el fracaso de un programa se debe normalmente al casting», observa. De hecho, cada espacio busca un perfil específico. En Pekín Express, se valora la valentía y el ingenio, mientras que en El aprendiz lo ideal es tener afán de competitividad e inquietudes. Eso sí, siempre se trata de grupos muy heterogéneos para dar agilidad y contraste al programa.

El sociólogo Álvaro Gascue tiene otra justificación para la acogida del reality: «En una sociedad masificada este tipo de programas permite el lucimiento personal de los protagonistas y la identificación con ellos de una parte de la audiencia. El que a alguien se le reconozca su individualidad se constituye en una verdadera experiencia vivencial». No hay que olvidar que la esencia del reality es mostrar lo que le ocurre a personas reales, en contraposición con las emisiones de ficción.

Aunque hay quien duda de una total realidad. Para empezar, por reality se entiende un «programa televisivo que muestra como espectáculo los aspectos más morbosos o marginales de la realidad». Según el crítico de televisión José Javier Esparza, «todos los reality shows se sustentan sobre la confusión deliberada de realidad y ficción: la idea es construir una narración con la espontaneidad de la gente, pero lo que nace es un comportamiento condicionado, una forma de conducirse que sin ser enteramente interpretada, tampoco es ya espontánea, o quizá mejor, una forma de espontaneidad singular y agónica, la espontaneidad imposible de quien vive sabiéndose observado».

Blanca Muñoz va más allá. Para la profesora titular de Teoría Sociológica y Sociología de la Cultura de Masas de la Universidad Carlos III de Madrid, «se habla ya de una sociedad redmediática en la que la confusión entre realidad y ficción es cada vez más evidente». Y, en el caso de los realities, Muñoz considera que se quiere presentar a los concursantes como «ciudadanos medios», algo, a su juicio, «absolutamente falso» ya que quienes aparecen en estos programas «no tienen nada de la cotidianidad real de la gran mayoría de la población». ¿Todo se resume entonces en los quince minutos de gloria televisiva que proponía Warhol? Álvaro Gascue no tiene dudas. Según Blanca Muñoz hay otra lectura: «La fama, el éxito y el triunfo se ofrecen como las salidas imaginarias a unos sujetos sin posibilidad objetiva de movilidad social». «Es el triunfo de una especie de vigilancia voyeur en el que hay una complicidad de todos con todos. El público se siente parte del espectáculo y se busca la identificación entre concursantes y receptores con miserables formas de conducta», añade.

Ahí está la clave: no sólo en que los protagonistas son personas anónimas, sino en que éstas se sitúan en una circunstancia anormal o inverosímil. Poco podían imaginar, por ejemplo, los concursantes de Curso del 63 hace unos meses que experimentarían las rígidas normas de la época franquista. En este caso, su buena acogida de audiencia se debe a que es «uno de esos programas que generan interés por sí mismos», sostiene el director de Contenidos de Zeppelin TV.

Aunque era un «experimento» -como define su productor ejecutivo-, Antena 3 ha confiado en el formato avalado por el éxito en Francia y Reino Unido y por un tema tan en boga en los últimos años como es la educación. «Todos los programas son hoy en día un riesgo, pero Curso del 63 entretiene y da que pensar», puntualiza Julio Sánchez, que pese al fracaso de otros realities como Cuestión de peso o El secreto, adelanta que la cadena seguirá apostando por el género. Ahora más encaminado al docu-reality «de línea positiva y solidaria», «más blanco». Se trata de telerrealidad, pero pregrabada. Como precisa el director de Programas de Cuatro, Mariano Blanco, es «una apuesta fuerte y está saliendo bien». «Se ha comprobado que no hacen falta tres o cuatro horas en un plató en directo para hacer un 'reality'. Eso está acostumbrando al espectador a una televisión con más dinamismo y ritmo», apunta.

Géneros combinados

Es una vuelta de tuerca más. El formato se renueva constantemente y engloba cada vez más propuestas. Hoy es muy común verlo combinado con otros géneros. Es el caso de Fama, una mezcla de reality y talent show que busca nuevos valores persiguiendo «la superación personal, el esfuerzo y la competición sana», en palabras de Mariano Blanco. También en Cuatro, se puede ver otro ejemplo de reality fusión: el denominado coach, tipo Supernanny o SOS Adolescentes.

Otra de las nuevas modalidades es el docu-reality, por el que apuesta La Sexta en Historias con denominación de origen, donde un grupo de reporteros recorre España, cámara en mano, para mostrar la vida cotidiana de sus habitantes. También 21 días, en Cuatro, se apunta a estas grabaciones con cámara vista que ha puesto de moda el docu-reality, un espacio que además no requiere gran inversión.

Este es uno de los principales atractivos del reality para las cadenas. Además, los participantes no cobran un sueldo por participar, sólo el ganador -en caso de que lo haya- recibe un premio, mientras el resto gana sus minutos de fama. Una ventaja añadida es la posibilidad de que otros programas puedan alimentarse de su éxito, por ejemplo, con foros, chats o debates. Por no hablar de la comercialización de sus productos, en el caso de formatos tipo Operación Triunfo. Esto permite, además, al espectador sentirse partícipe. Y no sólo por el voto telefónico. Su curiosidad y su afinidad hacia ciertos concursantes cuenta, y mucho.

En los últimos diez años, el desfile de reality shows en televisión ha sido constante. Desde Gran Hermano y Operación Triunfo se han sucedido en cadena: Supervivientes, El bus, Confianza ciega, La granja de los famosos, Esta cocina es un infierno, Supermodelo, Perdidos en la tribu, El castillo de las mentes prodigiosas y Hotel Glam, por nombrar sólo algunos. Y parece que la lista continuará aumentando.

Ante el éxito de Curso del 63, Antena 3 avanza que seguirá apostando por un formato similar, mientras que Telecinco ya trabaja en dos próximas apuestas: Intercambio de esposas -donde participó la familia del niño que protagonizó el incidente del globo el pasado mes en Estados Unidos- y la adaptación de Age of love, donde el ex de Lara Dibildos Álvaro Muñoz Escassi buscará pareja. Es lo que se avecina en España pero, ¿qué se hace fuera?

En Suecia ha tenido bastante éxito El Bar, donde doce concursantes conviven bajo un mismo techo y además trabajan en un bar. El reto es convertir el local en un bar de éxito. Por su parte, en Chile, triunfa Pelotón. En él, los concursantes se entrenan bajo una fuerte instrucción militar con el fin de ganar unos 64.000 euros. En Estados Unidos, los perros protagonizan Greatest american dog. Aunque el más sorprendente es el sueco Ovarios desesperados, en el que una chica busca al mejor padre para su hijo. Todo es posible.