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ENMIENDAS AL PARADIGMA

Un canto a la autoridad

JAIME PASTOR ROSADO
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Lástima. Ahora que estaba uno transido de alegría celebrando la añeja libertad de 1812, surge por todas partes una imparable y creciente demanda de autoridad. Cuando aún no se había conseguido vencer la indiferencia popular ante la conmemoración de aquella lejana fecha, la gente se dedica ahora a reclamar, no ya libertad, sino dosis masivas de autoridad. Una vez que el liberalismo ha conseguido liberarnos de la libertad, no queda otra opción que pedir a gritos mayores cotas de autoridad. Autoridad en la escuela, autoridad en las calles, autoridad en el ámbito familiar, autoridad en el liderazgo dentro de los partidos.

Malo, malo. Malo porque la necesidad de incrementar la autoridad heterónoma (la del maestro, la del policía, la de los padres, la del líder político.), está evidenciando una preocupante disminución de la moral autónoma tanto de los individuos como de la sociedad, y, por tanto, cierta incapacidad para conducir con autonomía y civismo nuestra convivencia y nuestra realización tanto personal como colectiva. Para fracaso educativo, éste, y no el que se le achaca con sospechosa insistencia a la escuela, que, en medio de una sociedad distraída, desatenta, no puede hacer otra cosa que ir muriendo de frío, soledad y desamor.

Con todo, lo más grave es que el tipo de autoridad que se reclama no es la que suele llamarse «autoridad moral», sino la que lleva aparejada la sanción y el castigo: expulsión del alumnado díscolo, detención del ciudadano infractor, denuncia de los hijos violentos, exclusión de las listas electorales del militante crítico... Y lo más preocupante es la falta de pudor, e incluso la satisfacción, con que se recurre a los instrumentos represivos, actitud de la que estos días nos ha ofrecido una muestra cabal el líder de la oposición Mariano Rajoy, a raíz de su chusco intento de pacificar las aguas revueltas del PP. El recurso al castigo, algo que, por definición, debería constituir motivo de vergüenza para un líder democrático, resulta que es exhibido con satisfacción y orgullo como muestra de un liderazgo fuerte y efectivo.

Y es que, por desgracia, la oposición política que nos ha tocado en suerte parece estar haciendo continuamente las prácticas (la teoría ya la tiene aprobada desde hace tiempo) de un master en Acción Política Des-educativa. Tanto escándalo por las cuestiones de entrepiernas, y no se cortan un pelo exhibiendo una concepción garbancera y obscena de la política, un burdo y peculiar concepto de partido cohesionado, donde el señuelo de la inclusión en las listas sirve para fomentar el sometimiento, la unanimidad y la «discreción». La solución que sin pudor alguno recetan Rajoy y los suyos para los problemas internos de su partido tiene una larga tradición histórica, ya que fue descubierta en el paleolítico: se trata de que la gente lave «los trapos sucios» (expresión siglo XXI) dentro de casa, lejos de miradas y oídos indiscretos.

Lo sorprendente es que así las cosas funcionan, pues Rajoy ha recuperado la autoridad que necesitaba y la gente celebra tener, por fin, un líder fuerte, con dos cojones. Todo va encajando.