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PAN PARA HOY

Al asalto

ÓSCAR TEROL
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E l hogar, la casa de uno, aun estando en régimen de alquiler, hasta hace poco, era un refugio seguro. Generalmente, los infortunios eran más propios de la vida callejera, donde habitan los malhechores disfrazados de oportunidad.

Salir de casa siempre ha conllevado riesgos: el balcón que se te cae encima; el robo a mano armada; el atropello en un paso de cebra; el llévese tres y pague dos; y los innumerables timos que te esperan a la vuelta de cada esquina. Por eso mismo, a los niños, cuando se quedan solos en casa, se les dice: «no abras la puerta a nadie», porque los padres saben que, al otro lado de la puerta, empieza la selva.

Pero el lobo del cuento no se quiere morir de hambre, y si el cabritillo no sale a pasear, habrá que tentarle disfrazado de teleoperador. La llamada siempre te coge a pie cambiado, no te la esperas. La voz que te habla te llama por tu nombre con tono simpático y familiar; por lo que decides darle el minuto de cortesía.

Además, sabes que la persona que te habla con urgencia y segura de sí misma es alguien que está trabajando, y probablemente, cobrando poco dinero, te apiadas de ella y decides ponerte a escuchar. Intentas hacer alguna broma para comprobar que, detrás de la retahíla a la que no prestas ninguna atención, se esconde un ser humano.

Efectivamente, la voz sonríe y se permite alguna licencia como un tuteo, o un amago de flirteo. Ya estás en sus garras, literalmente: la has cagado. Después de tres negaciones consecutivas, demostrando fidelidad a tu compañía telefónica, cometes el error de hacer una pregunta: «¿Por cuanto dices que me saldría al mes?». Ya has bajado la guardia hasta la cintura. Y ahora, la voz te cuela el regalito sorpresa del Wi-Fi gratis y de los seis primeros meses a mitad de precio.

Te percatas de que llevas un cuarto de hora colgado al teléfono, y te invade una sensación de culpa por el tiempo que le estás haciendo perder. Vamos al grano: que me la metieron doblada los de (...). Pasen buen día.