Deportes/Motor

Aoyama llora para ser campeón

El japonés se salió de pista y rozó el desastre, hasta que Simoncelli mordió el polvo y le permitió amarrar finalmente el título mundial

COLPISA. VALENCIA Actualizado: Guardar
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Sangre, sudor y lágrimas. Aoyama es un trabajador del motociclismo. No es un genio nacido para triunfar. Su conquista del último título de 250 se convirtió en el enésimo sufrimiento de un piloto que no sabe manejar estas situaciones. Nunca sabrá afrontarlas. Su éxito inspiró más miedo que alegría. Las lágrimas de sus familiares expresaron más el relajamiento de una tensión inaguantable que la felicidad de un momento único. Hiroshi ganó la corona del cuarto de litro con más pena que gloria. La caída de Simoncelli le salvó del gong. El italiano le puso al borde de la histeria. Supo descentrarle. Le provocó con un adelantamiento. Y el nipón entró en el juego, cuando sólo necesitaba ser undécimo para alcanzar el galardón. Un error que casi le cuesta el cetro.

Marco debía ganar en Cheste para renovar el número uno. Logró el primer puesto de la carrera después de superar al japonés con una agresividad que molestó al líder del campeonato. Esa era la intención del amigo de Rossi. Hiroshi, ingenuo, entró al trapo. Devolvió el adelantamiento. Se inyectó el exceso de adrenalina que Simoncelli pretendía.

Barberá, tercer triunfo

El resultado fue terrible. Aoyama se salió de la pista en la novena vuelta, a falta de dieciocho, en su afán de perseguir a su adversario. Rodó con su Honda por la arena para evitar toparse con Barberá, que en ese instante era segundo. Cuando pisó de nuevo terreno de alquitrán era undécimo. La posición que requería para ser campeón del mundo.

Informado del incidente, aumentó el ritmo para asegurar la primera plaza. Mientras, el líder del Mundial sufría. Tenía a Tomizawa, duodécimo, dos segundos detrás. Y a Abraham, décimo, ocho segundos por delante. El suspense era terrorífico. Por su mente se cruzó el demonio del fracaso.