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Johan Cruyff se queda con Catalunya
La selección autonómica devuelve al banquillo al técnico que rescató al Barça y lo convirtió en el 'dream team'
Actualizado: GuardarEl dios culé nació lejos de Barcelona. En un barrio de Amsterdam, a dos pasos del estadio del Ajax. Su madre, viuda, limpiaba los vestuarios del equipo holandés. Al dios culé le pusieron de nombre Hendrik Johannes Cruyff y con él llegaron los milagros: primero en el Ajax, luego en la selección holandesa que jugó ante Alemania la final del Mundial'74 y al fin en el Barça. Todopoderoso. Como jugador y más aún como entrenador. Cruyff agarró una plantilla azulgrana temerosa, quitó defensas, añadió delanteros, ensanchó el campo con extremos y no se detuvo ante las críticas. En Barcelona le tacharon de chalado por ir contracorriente, por buscar un modelo opuesto al candado italiano, de moda entonces. Ganó cuatro ligas y una Copa de Europa. Y, sobre todo, le dio un nuevo ADN al Barcelona, al que es hoy el mejor equipo del mundo. Herencia genética de Cruyff. El dios culé. Por eso, trece años después de retirarse de los banquillos, la selección autonómica catalana recurre a él. Debutará como seleccionador antes de Navidad y, probablemente, frente a Holanda, su portal de Belén.
Cada corriente tiene su punto de partida. El merckxismo quedó instaurado el 15 de julio de 1969, en aquella etapa del Tour en los Pinineos que vio asombrada cómo su joven líder, un tal Eddy Merckx, desobedecía a su director y desplegaba una leyenda de 140 kilómetros, los que duró su fuga por el Tourmalet, el Soulor y el Aubisque. Merckx, se supo años después, atacó por despecho, por rabia, porque uno de sus gregarios, Van den Bosse, le había anunciado la noche anterior que dejaba el equipo. Desleal. Merckx ya no paró.
El cruyffismo es más reciente. Del 5 de abril de 1990. Esa noche, el Barça se enfrentaba al Real Madrid campeador en el final de Copa. Sorprendió por 2-0 a la Quinta del Buitre y, sobre todo, dejó de ser un club acomplejado, victimista y empequeñecido por su eterno rival. Y lo hizo con Cruyff en el banquillo. «Con él empezó todo», dicen en Barcelona. Con él llegaron también cuatro Ligas, la Copa de Europa y el dream team. Cruyff volteó la historia del Barça, revolucionó su fútbol y se convirtió en un dios. Ahora, la selección catalana le ha pedido que vuelva. Concedido. Y gratis. No cobrará un sueldo. Aunque, eso sí, agradecerá las donaciones a su fundación, dedicada al mundo infantil y en la que también está Joan Laporta, actual presidente blaugrana.
«El fútbol es un juego de fallos. Me he equivocado muchas veces, pero el porcentaje ha sido menos elevado que el de mis rivales. Ahí radica el secreto de las victorias», declaró Cruyff en 1999. Ya no entrenaba al Barça. Pero nada se hacía en el club azulgrana sin consultar con él. Ni se hace hoy. Palabra de Cruyff. «Tener un estilo propio vale más que ganar un título», zanja. Es su libro de estilo. Y tiene una prueba: «La final del Mundial de 1974. Perdimos, pero ese partido nos dio más gloria que si lo hubiéramos ganado. El mundo entero se fijó en nosotros. Aún hoy se habla de la naranja mecánica».
De Milla a Iniesta
El fútbol catalán se paraliza cada vez que suena la voz del técnico holandés. Sus frases son como versículos. Como la orden que deletreó antes de la final de la Copa de Europa ante la Sampdoria en Wembley: «Salid y disfrutad». Luego, tras aquel triunfo, lo explicó: «Si sales al campo sufriendo, no puedes dar el cien por cien. Si vas con la mentalidad de disfrutar, sí». Desde entonces, el fútbol disfruta del Barcelona, el equipo creado por el dios culé a su imagen y semejanza. «En la base de un club no se puede trabajar a ciegas, ni cambiar cada dos años: que un entrenador quiera niños grandes, luego venga otro y los quiera pequeños, otro que los quiera zurdos... Al final, no tienes nada. Hay que definirse». Cruyff inventó a Milla, antecesor de Guardiola, el eslabón anterior a Xavi, al que sucederá Iniesta. El engranaje funciona.
Ahora, con 62 años, el técnico holandés mantiene su peso en el planeta blaugrana. Es el eje. Para entenderlo hay que volver a aquella final de Copa frente al Madrid. Entonces, el Barça era un equipo hueco, depresivo. Desde 1960 sólo había cosechado dos Ligas. Ni Maradona ni Schuster habían sido capaces de variar ese destino. Entrenadores como Menotti, Michels y Venables fracasaron. El Barça no podía con el Madrid. El Camp Nou era un solar cada tarde de domingo. En 1988, el equipo catalán estaba en derribo. En ruinas tras perder la final de la Copa de Europa dos años atrás y con los jugadores amotinados y en contra del presidente Núnez. El directivo sólo halló una salida: fichar a Cruyff para el banquillo. La memoria de la afición culé recordaba como un regalo aquel 0-5 en el Bernabéu, en 1973, con el flaco holandés como capitán azulgrana. Núñez se aferró a él como a un salvavidas.
Y ahí empezó todo. Como entrenador, Cruyff superó su marca de jugador. El mejor futbolista europeo era aún más grande como técnico. Edificó un nuevo Barça: estableció un cantera a la carta y recuperó la implicación de la grada con un equipo al que por fin reconocía. El 5 de abril de 1990, Cruyff salvó su puesto al ganar la final de Copa ante el Madrid. Aquella noche, el Barça levantó la cara, dejó de lloriquear, se deshizo de sus complejos y empezó a ser lo que Cruyff ordenó: el mejor equipo del mundo. El del dios culé, que ahora entrena a Catalunya.