Nicolás Bernal en el puerto, donde ha estado destinado durante 35 años. / ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

«Me río mucho cada vez que 'cazo' droga; pienso: 'Por aquí, no'»

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L lovía a cántaros en el muelle. El hombre de la cazadora vieja, sucia de aceite y de grasa, se refugiaba del aguacero bajo la cornisa de un almacén. Hacía frío, así que apretaba las manos en los bolsillos. Estaba despeinado y ojeroso. Un camionero se le acercó corriendo y se colocó a su lado, apoyando la espalda contra la pared. Le ofreció un cigarro. «No, gracias, no fumo», rehusó, y añadió de inmediato: «¿Cómo anda el tabaco en Canarias?». El camionero, soltando el humo, le contestó: «Barato. Traigo un montón de cartones. Me han dicho que aquí trabaja uno de Aduanas, un tal Nicolás, que las pilla todas. Pero ya casi estoy fuera. A mí, por lo menos esta vez, no me coge». Tiró la colilla al suelo y la aplastó con un gesto de suficiencia. «¿Seguro? -pensó el hombre de la cazadora vieja, aguantando una sonrisa-. Porque ese tal Nicolás soy yo».

Nicolás es guardia civil, un buen guardia civil, pero no se nota. Forma parte del juego. A veces viste un mono de mecánico, un mono gastado y simple, sin marcas ni insignias, como el de cualquier operario. Cuando la ocasión lo merece, se coloca el uniforme. Sus compañeros del puerto dicen que es una especie de escáner con patas. Que le basta con echar un vistazo a los bajos de un coche para saber si oculta un doble fondo. A la mínima sospecha, se tira al suelo, coge las herramientas y comprueba in situ si lleva razón. La inmensa mayoría de las veces, la lleva. Su expediente, con 35 años de incautaciones, es un prodigio de aciertos.

-Ya mismo se jubila. ¿No se aburrirá?

-No creo. Tengo hijos y nietos. Iba siendo hora de dedicarles algo más de tiempo. Este trabajo es muy gratificante, pero absorbe mucho. Cada cosa tiene su momento.

-¿Aguantará sin venir al muelle, después de tres décadas largas de rutina?

-Aguantaré. No te digo que no vaya a echar todo esto de menos, y que no esté en condiciones físicas para tirar otra década, pero. Es lo que hay.

-¿Lo suyo es vocacional?

-Completamente. Yo, de joven, trabajaba como chatarrero en Puerto Real. Hablo de finales de los 60. Había un guardia civil jubilado que nos hacía de vigilante por las noches. Y no paraba de contarme historias del cuerpo, anécdotas y vivencias, durante horas y horas. Primero, me entró el gusanillo. Después, me contagió por completo. Lo suyo era pura devoción. Tanto que sus dos hijos también entraron en la Guardia Civil, y a uno de ellos lo tuve, muchos años después, como capitán.

-Acabó su formación y lo destinaron al muelle.

-Al principio me vinieron muy bien mis conocimientos de mecánica. En la chatarrería aprendí mucho de los espacios naturales que traen los vehículos, y aquí me acostumbré poco a poco a distinguir los espacios forzados, las modificaciones que les hacen para meter droga o contrabando.

-Y eso, ¿cómo se consigue?

-Antes eran más brutos, pero nosotros teníamos menos medios. Ellos han ido afinando el ingenio y nosotros también. Algunas veces, vale con un vistazo para distinguir marcas, cortes de la pintura, salientes. Otras veces, la pista te la dan los propios conductores. Se ponen nerviosos, les sudan las manos, miran de refilón...

-O sea, que también hay que ser psicólogo.

-Un poco, claro. El tiempo te va dando claves. Lo importante es no despistarse y pensar que cualquiera de ellos te la puede estar colando mientras te habla: el simpático y el serio, el amable y el grosero. Cualquiera. Incluso los que conoces. Vamos, tampoco es nada nuevo: hay que estar todo el día a la defensiva, igual que ahí fuera (señala la calle).

Un trabajo de equipo

-¿Su mayor acierto?

-Quiero dejar claro que se trata de una labor de equipo. Somos un grupo de compañeros muy implicados con lo que hacemos, muy motivados, a los que no nos gustan que nos engañen. Además, siempre hemos contado con el apoyo de arriba, de los mandos. Personalmente, nunca he tenido queja. Los aciertos no son sólo míos.

-¿El mayor acierto del equipo, entonces?

-No sabría decirte. Hace poco cazamos 52 kilos de cocaína en un doble fondo. Recuerdo otro, más sutil. Había una empresa que cobraba subvenciones por llevar a Canarias carne de primera, pero nos dimos cuenta de que le mandaban restos, sobras...Aquello dio mucho que hablar. Lo más vistoso siempre es la droga, la coca, el cannabis, pero también a nosotros nos corresponde detectar ese tipo de fraudes.

-¿Y algún batacazo?

-Si tienes la más mínima duda, es preferible equivocarse. Me acordaré siempre de una barcaza de Marruecos, del tipo góndola, a la que le detecté un doble fondo muy bien hecho. Yo le decía a los compañeros: Ésa tiene premio. pero ellos no estaban muy seguros. Le metimos mano. Todo un día de trabajo, desmontando el suelo, y nos encontramos con 900 kilos de saquitos de arena. ¿Para qué? Supongo que estaban probando la seguridad del muelle, a ver si colaba, pero me dolió. Creí que sería hachís.

-¿Qué es lo más raro que ha visto?

-Falsos depósitos de combustible, suspensiones modificadas para que den un peso distinto al real. Lo último que me llamó la atención fue un coche con el techo móvil, que subía y bajaba una cuarta si activabas un dispositivo. Algunos delincuentes se lo curran mucho.

-¿Qué siente cuando los coge?

-Que hemos ganado. Me río mucho cada vez que cazo droga. Pienso: «Por aquí, no».

dperez@lavozdigital.es