Temporada menguante
Actualizado:Como viene sucediendo desde hace ya algún tiempo, la temporada de Navidad se adelanta extraordinariamente, hasta el punto de adentrarse a finales de octubre y ocupar el mes de noviembre, dejando para diciembre los restos que nadie quiere. No tengo muchos años, pero sí los suficientes como para recordar que en mi infancia y adolescencia las cosas no eran así, hasta el punto de que antes de la festividad de la Inmaculada no se producía nunca la eclosión navideña. En realidad, lo que sucede con esto es una especie de fenómeno de aculturación: una cultura se injerta en otra y acaba neutralizándola. En el caso que nos ocupa, los tiempos y los ritmos los va marcando la omnipresente cultura americana. Ha sucedido con Halloween. El calendario americano traduce la temporada de Navidad en un período de mediados de octubre hasta el 26 de diciembre, momento que marca las ventas postnavidad. Si como viene sucediendo en España, el final permanece en la misma fecha, hasta el 6 de enero, pero el principio se alarga hacia detrás, el efecto logrado es producir en el tiempo propio de celebración una suerte de hastío ambiental y general, ante la sensación de un período artificialmente alargado, pero menguante en sus contenidos y significación litúrgica de Adviento-Navidad. Las distintas tradiciones cristianas, fueran estas católicas o anglicanas, respetaron siempre los tiempos de Adviento-Navidad. Incluso la anglicana era más estricta, pues se daban casos en los que la decoración general navideña no se ponía hasta el mismo 24 de diciembre por la mañana, aunque permanecía hasta la Octava de Epifanía. En países como Polonia suenan villancicos y se ven adornos hasta la fiesta de la Presentación o de la Candelaria, el 2 de febrero. Como decía George Weigel hace ya algunos años, necesitamos más Adviento y más Navidad, pero la necesitamos en el tiempo propio, que es el tiempo de la Iglesia, no el del Corte Inglés.