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Sociedad

Sorbos de whisky americano

Ayala vivió cerca de cuarenta años e n el exilio. Partió en un barco rumbo a La Habana en 1939 y luego pasó por Argentina, Puerto Rico y Estados Unidos

I. ESTEBAN
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En el vestíbulo de la Real Academia, el director Víctor García de la Concha comentaba hace unos meses las costumbres del académico de mayor edad, Francisco Ayala. «La Academia se ha convertido en su segundo hogar. Suele venir casi todos los días a comer, y toma lo que él llama su medicina, el whisky del aperitivo».

Ayala no cogió esa costumbre en su Granada natal, sino en los largos años que pasó en Estados Unidos, un país en el que solía tomarse hasta hace muy poco una copa cuando se llega de trabajar, sobre las cinco y media tarde, antes de empezar a cenar. Ayala vivió 40 años en el exilio, o como refugiado, palabra que gustaba más a los que salieron de España a raíz de la Guerra Civil. La experiencia de estar en otro mundo fue para él de lo más familiar, y gracias a ella se convirtió en uno de los más auténticos cosmopolitas que han tenido las letras españolas.

Desde la primavera de 1939, cuando llegó a La Habana como primera escala de su exilio, hasta 1978, cuando volvió definitivamente a Madrid, el escritor tuvo una intensa relación con América, de sur a norte, variada gama de contrastes vitales para este andaluz formado intelectualmente en el Madrid de Ortega y Gasset y en el Berlín influido por el jurista Carl Schmitt, del que llegó a traducir alguna de sus obras.

De La Habana el autor se dirigió a Argentina, uno de los grandes refugios de los intelectuales españoles, al igual que México. En el país austral tuvo que vivir como otros tantos exiliados con el sueldo de empleos menores, dictando cursos en ateneos y universidades y colaborando en diarios como La Nación, en el que también publicó Pío Baroja durante la época de mayores penurias.

La primera etapa de su exilio tuvo un marcado acento argentino. Trabajó para las míticas editoriales Losada y Sudamericana, como asesor de sus colecciones de ensayo y también como traductor. En Buenos Aires siguió publicando sus obras literarias, editó Realidad. Revista de ideas y conoció a Jorge Luis Borges, que escribió una elogiosa reseña de El hechizado en la revista Sur.

EE UU, idea y vuelta

En 1950 Ayala descubrió el Caribe gracias a una oferta para enseñar en la Universidad de Puerto Rico, en la que llegó a ser catedrático de Sociología. El centro universitario ya había acogido a otros grandes del exilio español, como Juan Ramón Jiménez, José Gaos, Jorge Guillén, Américo Castro, Pedro Salinas y el compositor Joaquín Rodrigo, entre otros.

Su estancia portorriqueña le puso en contacto con Estados Unidos y en 1952 alquiló un piso en Nueva York, una ciudad decisiva en su trayectoria. Al año siguiente aceptó en un empleo para supervisar las traducciones al español de la ONU, aunque trascurridos unos meses volvió a Puerto Rico y no regresó al país norteamericano hasta 1957, cuando le contrató la prestigiosa universidad de Princeton como profesor de Literatura Española, una disciplina con que a partir de entonces se ganó la vida, en vez dedicarse a las ciencias humanas.

Su siguiente paso fue a la universidad de Rutgers y a un apartamento alquilado en el número 54 de la calle 16 de Nueva York, que mantendría hasta su jubilación y regreso a España en 1978.

Bajo vigilancia

A partir de 1960 empezó a pisar suelo español, vigilado por las autoridades franquistas, que deseaban acercarse a las máximas autoridades del exilio, una labor facilitada por Camilo José Cela. Ayala siguió no obstante con su brillante carrera académica en Estados Unidos, como miembro de ese grupo de privilegiados a los que el exilio dio la oportunidad de construir unas vidas mucho más interesantes que las del interior español, algo que siempre les recordaban los opositores a Franco que estaban dentro.

Sin los suntuosos campus americanos y el cosmopolitismo neoyorquino, la existencia y la personalidad de Ayala habrían sido otras. Casado con una ciudadana estadounidense, Carolyn Richmond, el escritor vivió en varios mundos, a veces al mismo tiempo, lo cual le dio una serena profundidad.