Rajoy apaciguando
Actualizado: GuardarRajoy había forjado una leyenda que afirmaba su maestría en controlar los tiempos. El ejercicio de su inescrutable galleguismo le llevaba a retrasar las decisiones más críticas, con lo que a menudo los problemas se resolvían por sí solos, sin necesidad de que él se desgastara. Pero en los últimos tiempos, la leyenda ha empezado a tambalearse y Rajoy ha tenido que dar un inusual puñetazo sobre la mesa para llamar al orden a valencianos y madrileños, que se habían descarriado en sendos desafíos a la autoridad del líder. «No habrá próxima vez» fue el mensaje amenazante lanzado ayer para poner fin a las algaradas internas que tanto han desfigurado la imagen del PP.
En efecto, Rajoy escenificó ayer un duro contraataque, con invocaciones a la lealtad, que, en teoría, ha zanjado los conatos de rebelión que han protagonizado las organizaciones populares de Madrid y Valencia. En realidad, el solo anuncio de que se le había agotado la paciencia y de que convocaba el Comité Ejecutivo para imponer decisiones fue suficiente para que el valenciano Camps se apresurara a recomponer el partido en su región tras la defenestración de Ricardo Costa y para que la madrileña Aguirre, que había cometido el error de su vida al postular a Ignacio González para la presidencia de Caja Madrid, se sumara a la causa de Rodrigo Rato.
Ello explica que, en plena tormenta, la desconfianza que inspira Rajoy sea aún mayor que la que suscita Rodríguez Zapatero. Así las cosas, no es difícil entender que las expectativas de Rajoy dependen no sólo de que sea capaz de controlar a su propio partido sino también, y sobre todo, de que ello le permita dibujar un perfil solvente con el que hacer verdadera oposición.