Uno de noviembre
Actualizado: GuardarNoviembre es un mes teñido de cierta melancolía, quizás porque en nuestra cultura comienza con... la fiesta de Tosantos iba a decir, ¡perdón!, con el Día de los Difuntos y es, por antonomasia, el tiempo del otoño en que la naturaleza, se desprende de la hojarasca para despedirse con sus mejores galas ofreciendo un verdadero festín de luz y color, mientras nos regala sus últimos frutos, castañas, membrillos o nueces.
La festividad, que se justifica en el homenaje a «los otros», a los difuntos, se ha convertido en un puente festivo más, en una ocasión para viajar aprovechando el veranillo de los membrillos. Sólo los ancianos y algunos adultos conservan el ritual de la tradicional visita con flores a los cementerios. Desaparecido San José, algunos aprovecharán para pasar unos minutos en el Mancomunado camino del campito. Pero los jóvenes lo desconocen por completo; para muchos de ellos es el jalowin, una nueva cultura aprendida de las películas con las que se han criado. Por ahí andan vestidos de carnaval, comprando calabazas y montando fiestas en La Punta o en las casas de los sufridos padres.
Casi nadie repara en que celebramos la memoria de nuestros muertos. Lo cierto es que cada vez pierde más sentido el ritual de los cementerios por su lejanía y por su sentido, a medida que las cremaciones los hacen innecesarios. El duelo se esconde, profesionaliza, abrevia y esteriliza en tanatorios donde hasta llorar es de mal tono. Y por demás, el luto ha dejado de tener sentido en las modernas sociedades, donde el negro es más un artificio estético para disimular barrigas o michelines que la expresión de la ausencia.
Nuestra sociedad oculta la muerte y no sólo la natural, también las muertes gratuitas. Pienso en la imagen de Obama recibiendo esta semana los ataúdes de Afganistán o Irak que los mezquinos Bush, padre e hijo, no tuvieron la gallardía de mostrar a su pueblo.
Pero ni la menor religiosidad ni la colonización cultural justifican el olvido del sentido de esta fiesta. Son muchas las razones, pero la más dolorosa e inhumana es la falta de gratitud hacia quienes nos precedieron, hacia quienes, altruistamente sacrificaron buena parte de su vida por la nuestra. Ese altruismo genético y cultural es uno de los rasgos más esenciales de lo humano. Sin embargo, en la sociedad tecnológica cada vez es más inusual dedicar un mínimo de tiempo a este tipo de reflexiones. Es más, hablar sobre el sentido de la vida se ha convertido en algo casi sospechoso. A no ser que sea porque te han vendido alguna moto salvadora contra la depresión y la soledad.
Hay que estar continuamente conectados a algo, a cualquier artilugio electrónico: es el signo de los tiempos. Y hay que vivir el presente, ni siquiera el futuro y menos por supuesto el pasado, que es cosa de viejos o enfermos. Así entramos en una vorágine de desmemoria que nos desenraíza e idiotiza ¿De verdad alguien que no sea un necio puede olvidar la sonrisa, la caricia, la mano o los ojos de quienes se fueron? Muchos conviven ordinariamente con «los otros» que, estando en su memoria, continúan vivos. El Día de los Difuntos debería servir al menos para recordarles y agradecerles la vida. Y para reivindicar nuestra cultura de los Tosantos, que para jalowin ya tenemos el Carnaval.