El club de los raros
Actualizado: GuardarLa imagen propia, tan vista cada día, depara sorpresas cuando se objetiviza: una foto, un vídeo, incluso un audio, todo lo que nos proyecta más allá del espejo de nuestro cuarto de baño parece ajeno y nos preguntamos si es así como nos ven de verdad los demás, incluso si ese ser que aparece ante los ojos es uno mismo. Otro tanto pasa con la imagen colectiva. O sea ¿somos realmente los gaditanos como aparecemos en televisión? La misma sorpresa, la misma incertidumbre suscita cada reportaje audiovisual en el que se filma a gaditanos en general. Lo pensaba el otro día, cuando los telediarios se hacían eco de las colas para el casting de la película de Tom Cruise, en el que, por lo visto, se buscaba gente en abstracto, no para «hacer de gaditanos», porque la ciudad que saldrá en la cinta será una cualquiera de España, con encierro de toros incluido.
No sé si es que los reporteros buscaban un cliché, el del gaditano gracioso, desenfadado y -es delicado pero por qué no decirlo-, ordinario, barriobajero, bruto o inculto que, por desgracia, ha cundido en el imaginario común, fruto, sobre todo, del estereotipo del hincha futbolero. Es posible que vinieran buscando eso y seleccionaran las declaraciones que se ajustaban a su idea previa, o al encargo de sus jefes, pero hemos de resistir la tentación de «matar al mensajero», que resulta demasiado fácil. También es posible -y la hipótesis me horroriza- que el gaditano haya decidido «interpretarse a sí mismo» según ese cliché, o sea que ha interiorizado tanto ese modo de comportamiento, ese habla, esos modos, que los ha incorporado a su personalidad.
Sin embargo, hay otra cuestión de fondo: el descenso del nivel medio de la ciudad es evidente, como lo es la falta de formación, los índices de fracaso escolar, el abandono de normas básicas de urbanidad, un cambio de estética homogeneizada hacia el «informalismo» más cutre y todo eso termina por componer un retrato real, sí, pero en el que muchos nos resistimos a reconocer a nuestra ciudad, que tanto ha fardado de ser «la más antigua de Occidente» o «la antipalurda», según Marañón.
Sin embargo, ¿dónde está ese otro Cádiz, en el que «las señoras parecen reinas y las criadas, señoras», como dicen que dijo Isabel II? Si durante décadas hemos presumido de que aquí se hablaba el mejor andaluz de toda la región, que teníamos un uso del idioma incomparable, rico en palabras hermosas, sonoras y variadas, poco de eso queda ya, cuando vemos cómo pronuncia, cómo se expresa el gaditano encuestado en la tele que, sin duda, existe. Siempre pensamos que el gaditano tenía gracia, no se hacía el gracioso, que eso era típico de los sevillanos. Tendremos que revisar nuestras creencias.
Si Diógenes recorriera hoy las calles de Cádiz con una lámpara encendida buscando un gaditano de esos, de los de antes, no dudo de que lo encontraría, pero seguramente tendría que hacerle confesar bajo tortura su verdadera condición. Muchos están enmascarados detrás del desengaño o de ese gran malentendido según el cual todo lo que no es popular es vergonzante, o de un falso igualitarismo a la baja, o de la falta de ilusión colectiva. Pero ese desentendimiento es también la raíz del problema. Alguien debería dar un paso adelante y hacerlo ya, reivindicar que, por ejemplo, hay muchos gaditanos que no decimos «picha» a cada momento.
No sé si algún organismo del Doce contempla un proyecto de esta índole, pero no vendría nada mal. Es más, creo que en el fondo es de lo que se trata. lgonzalez@lavozdigital.es