ANÁLISIS

Sí se puede, pero menos

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C omo si la ascensión al poder de un afroamericano en este inmenso país labrado con sangre de esclavos negros y cobrizos se nos quedara pequeña, en esta época obsesionada con los aniversarios toca analizar qué ha cambiado en EE UU al año de la efeméride. De alguna manera, la respuesta está en la premisa: es decir, la propia elección de Barack Obama, hijo de inmigrante africano y estadounidense blanca de clase baja, ejemplifica la evolución hacia una sociedad más progresista, multirracial y con valores más en línea con sus homólogas occidentales.

Pero la política se mide por días, no por generaciones, y los estadounidenses se preguntarán qué ha ocurrido en los últimos 365. Según las encuestas, el 55,5% de la población cree que el país va por mal camino (44%, en marzo). A esto se une el profundo descontento del electorado con sus representantes: más del 66% de los sondeados desaprueba la labor de sus congresistas. La figura de Obama se mantiene en una cifra respetable, por encima del 51%, apoyada en su carisma y en la reserva del depósito de ilusión que generó su campaña. Pero sólo el carisma no paga la factura del seguro médico ni genera empleo, y a estas alturas eso es lo que el ciudadano más ansía.

Si no logra liderar la aprobación de un plan sanitario digno y el repunte macroeconómico no se traduce en un aumento del empleo, Obama pasará de ser un líder carismático a un político más que incumplió sus promesas. Una sensación que comienza a permear ya entre los sectores más progresistas, para los que la desangelada postura de la Casa Blanca respecto a la opción pública en el debate sanitario y la falta de agresividad para implantar el programa demócrata, a pesar de su mayoría parlamentaria, está suponiendo un jarro de agua fría. Las consecuencias en las elecciones legislativas de 2010 -y las presidenciales de 2012- pueden ser imprevisibles, no tanto por la presión de un Partido Republicano desnortado, sino por la potencial reacción de una ciudadanía cada vez más desencantada con el sistema y carente de referentes políticos creíbles. Es evidente que el polvo del camino acumulado durante este duro año ha quitado lustre al Sí, se puede, aunque el efecto Obama se percibe sobre todo en la atmósfera de la calle. El amedrentamiento de la sociedad como herramienta y la demonización de adversarios reales e imaginarios que ilustraron la era Bush han dado paso a una sensación de mayor apertura y responsabilidad.

El factor clave puede ser Afganistán, cuyo conflicto empieza a parecerse peligrosamente al de Vietnam. Para quienes rechazan la permanencia de las tropas, la salida de suelo afgano renovaría la figura icónica de Obama como agente de cambio y ampliaría considerablemente su crédito político ante la inquietud económica y sanitaria. No es probable que se dé, pero ¿quién sabe? Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde.