Michelle Obama posa junto a un grupo de niñas en un colegio de Washington. / REUTERS
MUNDO

El orgullo de la comunidad negra

Brian Johnson revive en el documental 'Barackumentary' la carrera hacia la Casa Blanca que encandiló a los afroamericanos

NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Era el sueño que muchos ni se atrevían a soñar. Porque dicen que soñar es gratis, pero no es cierto, los sueños rotos tienen un precio muy alto. Mattie Shields tenía ya 87 años cuando una extraña noche de verano embriagó Chicago el 4 de noviembre pasado. Con 20 grados, era la jornada electoral más cálida que vivió la ciudad desde 1964, en todos los sentidos. Tres días después volverían los vientos gélidos de los Grandes Lagos para congelar la sonrisa de una noche mágica.

Medio millón de personas se dieron cita en Gran Park desde todas las esquinas del país. Pateaban las calles, exhaustos los ejércitos de voluntarios que habían hecho la revolución de Obama, y los apasionados como su nieto Brian Johnson y su padre, que no despegaron la nariz de la tele en toda la campaña. «Me conocía todos sus discursos, zapeaba por los canales para verlo de día y de noche». Brian lo vivió desde Los Ángeles, donde descubrió fascinado que la euforia se había contagiado por medio planeta. «Esa noche las bandas rivales se abrazaban por la calle», asegura.

En la ciudad californiana, la abuela Mattie compartía la temperatura y la impresión de ver a un negro convertido en presidente. «Los mayores no se creían que podía ganar, decían que jamás los blancos iban a votar por un negro, y verlos darse cuenta fue una experiencia que me cambió la vida», cuenta Brian. A la abuela le corrieron las lágrimas por las mejillas como nunca se había visto. «¡Hasta las mandíbulas se le cayeron!», recuerda emocionado.

«La verdad es que yo me imaginé que esto podía pasar desde que le oí hablar en la Convención Demócrata de Boston en el 2004, pero la mayor parte de la gente no se lo creyó hasta que ganó Iowa. Ahí se les despertó el alma».

También allí el sueño de Obama presidente había fundido la nieve de enero. Fue el comienzo de una carrera en la que batió, primero, a la mujer del presidente que más prosperidad económica ha traído al país, y luego, a un héroe de Vietnam con dos guerras abiertas para EE UU. De cómo el inexperto senador de 43 años se convirtió en el elocuente y apasionado candidato del 'Sí, se puede' da cuenta el documental con el que Brian se ha propuesto devolver a la sociedad el bien que ha recibido. Barackumentary puede considerarse la versión modesta y apasionada de una victoria que también narra, pero con acceso privilegiado, la cinta que estrena el martes la cadena HBO, coproducida por el actor Edward Norton.

Racismo sutil

El canal está organizando a través de Internet fiestas para verlo, al estilo de la red de voluntarios con la que Obama revolucionó la política. By the people: The Election of Barack Obama está filmado por dos jóvenes documentalistas que acompañaron al candidato en su viaje imposible, Amy Rice y Alicia Sams.

La abuela Mattie nació en Texas, y tenía tanto miedo a ese estado del sur que quiso impedirle a Brian una visita, temerosa de que lo lincharan. En Los Ángeles el racismo es más sutil, pero no faltan humillaciones. Brian recuerda aún estremecido una anécdota de las que rompen la inocencia. Noche de gala en el colegio, 17 años, una chica bonita en el coche, vestida de largo, y él con esmoquin nuevo. Nada de eso le importó a los policías que los tiraron al suelo y le pusieron a él la bota en el cuello mientras registraban el coche. Como excusa, un guardabarros que estaba torcido.

O cuando empujaba un coche con dos amigos para arrancarlo, y tres policías les pusieron una pistola en la sien. Luego se fueron sin más entre risas. «Tengo muchos amigos en la cárcel por cosas que no hicieron. A mí mismo me arrestaron una vez por tomar fotos a una tienda donde vendían alcohol a menores». Todas esas imágenes le brotaban en el corazón la noche del 4 de noviembre, cuando veía a Obama convertido en presidente electo, «junto a una primera dama negra» descendiente de esclavos vestida de rojo.

Las lágrimas de Jesse Jackson, que ni siquiera había apoyado a Barack Obama hasta el final, volvieron a hacer historia. Como su foto junto a Luther King en el Motel Lorraine el día que lo mataron 40 años atrás. Era una señal más de que el sueño se había cumplido. Los corazones rotos, como el de la abuela Mattie, por fin podían sanar.