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El Tifanny's del mar en Cádiz

Los pescadores de Puerto Real tienen su propio puesto en la Plaza de Abastos y desde él surten a clientes tan prestigiosos como Ángel León

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Plaza de Abastos de Puerto Real. Amanece el día esparcen sus joyas con escamas en el mostradotr del Tiffany’s del mar de Cádiz. No son pescaderos, sino los propios pescadores de Puerto Real, dueños de un puesto al que acuden a por género los mejores restauradores de la provincia. El puesto es municipal, y se los ceden para que puedan vender su captura. Antes tenían su «hueco» en un patio interior, colocados sobre pailas de maderas, y por eso todavía mucha gente les conoce como «el puesto de las tablitas».

«Yo tengo ya 44, y he estado aquí siempre», explica Eduardo Mariscal, para añadir que este oficio se hereda «de generación en generación, de padres a hijos». En ese momento Jesús se pasa por el puesto. No tendrá ni los veinte, y ya puede decir que es marinero.

«Mi padre pescaba, y yo tengo mi barco», retoma Eduardo. Con él se mete Bahía adentro, casi siempre por el Bajo de la Cabezuela, para traerse «lo que entre, pescado de aquí». Ese sello «de aquí» es uno de los mayores avales por los que se les acercan tantos clientes. Tienen una clientela fija, «del pueblo» los llama Eduardo, pero también surten a muchos restaurantes. «De aquí, de Chipiona, de Jerez… y en El Puerto a Ángel».

Ese Ángel es Ángel León, el chef del mar que desde su restaurante portuense Aponiente defiende la calidad de la materia prima gaditana, y que se deja caer con bastante frecuencia por la plaza puertorrealeña. Esta «línea de negocio» se abre «sobre la marcha», describe Eduardo. «Para eso está la tecnología: tú lo llamas por el móvil: yo le digo tengo y él me dice guárdame».

Toda la locuacidad que maneja Eduardo contrasta con la timidez de Francisco Moreno, El Pejetita, como es conocido por todo el orbe del Mercado de Abastos. «A él lo parió la madre en una patera», lo presenta Eduardo. Son ya 40 años de mar, en su cara curtida. Muchos como para plantearse ya «un cambio de rumbo»: «¿Adónde voy a ir, si es que no hay?».

Jeromo es el tercer dependiente del puesto en el día de hoy. Él no tiene barco, es marinero. Está «a lo que le diga el patrón».

De tarde a tarde

La jornada en la mar es larga. Llega la tarde… «Y rompemos para la mar», recita el pescador en plena poesía marinera. Se tiran las artes sobre las siete y media de la tarde, y hasta que no amanece, a eso de las cinco o las seis de la mañana, no se recogen.

Lo que se muestra en el puesto depende de la captura de la noche anterior. Cuando la jornada «se da bien», los pescadores van directamente por la lonja, y allí «colocan» prácticamente toda la mercancía.

«Aquí venimos cuando hay poquita cosa». De nueve a dos de la tarde. En los dos últimos meses la crisis está azotando fuerte. «No se vende ni la mitad», se lamenta Eduardo. No es motivo suficiente como para que dejen de salir al mar, en busca de las joyas de la Bahía.