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La calle Honsario forma parte de La Albarizuela, un barrio puro y antiguo que desprende aroma jerezano por los cuatro costados. / JESÚS CABELLO
Jerez

Donde descansa la jerezanía

La calle Honsario recibe este enombre porque se localiza en una zona de Jerez que fue un cementerio judío en tiempos de la Reconquista

MANUEL SOTELINO
JEREZActualizado:

La calle Honsario forma parte de ese joyero jerezano que es La Albarizuela. Barrio puro y antiguo con sabor a pureza. La calle está inserta en el entramado de este barrio cercano a la capilla de Los Desamparados. Por tanto, no es difícil entrar en cualquier negocio o casa y encontrarte con el Cristo de la Coronación o con la Virgen de la Paz en su Mayor Aflicción. Paco Braza sabe mucho de todo esto porque se ha criado a los pies de la capilla. Más concretamente en el número veintiuno de la calle Honsario, donde sus padres llegaron hace más de cincuenta años. Ahora, está trabajando en su negocio de toda la vida: el Mesón de Paco, en la esquina con la calle Arcos, a un tiro de piedra de la calle. «Aquí llevo toda la vida, así que la calle Honsario me la conozco como la palma de mi mano. Si me he criado en ella, ¿no voy a conocer mi barrio?», apunta.

Inmediatamente, Paco comienza a hacer un recorrido de la calle. Recuerda a Rosalía, que es la vecina más antigua de la vía, la decana. «Bueno, esta mujer vive en el número 13. Ya tiene nietos y todo. Y nació en la casa donde vive. Pero también los Campos son de aquí de toda la vida», asegura. Su negocio hostelero, en la calle Arcos y conocido en todo Jerez, es de lo de más abolengo del barrio, pues ya fue su padre quien lo trabajaba. «Y muy probablemente antes de mi padre ya estaría abierto como bar», señala. Paco sirve cervezas y pone sus copas de fino desde pequeño. Un vecino que se ha criado, trabajado, vivido y mantenido entre las paredes viejas de este barrio antiguo.

Historia

Y es que la calle Honsario no nació el otro día. Tiene su nombre porque formaba parte del antiguo Fonsario de los Judíos. Es decir, un viejo enterramiento ubicado en esta zona tras la Reconquista por parte del Rey Alfonso X El Sabio en el año 1264. Este emplazamiento que estaba despoblado iba desde el convento de San Francisco al de Santo Domingo por la zona de la salida hacia Arcos. La construcción de casas por la zona del antiguo enterramiento judío comenzó sobre el año 1395 y continuó hasta 1460, pues cuenta Agustín Muñoz en su libro sobre las calles jerezanas que «en cabildo del lunes 28 de abril de dicho año, celebrado ante Juan de Torres, se manda sacar a censo y tributo los solares de la parte cerca del fonsario de los judíos para edificar en ellos».

Pero esto es historia, y el pasado siempre imprime carácter a los conciudadanos. Como a Manuel Campos, que vive de toda la vida en la calle. «Mi padre es el que te puede contar historias de la calle. Lamentablemente, no ha venido hoy, pero él ha vivido siempre en Honsario y se conocía a todos los vecinos de antes», asegura. Manuel tiene su carnicería en la calle Arcos y los domingos de Ramos se entretiene en llevar a su Cristo de la Coronación por las calles de Jerez. Capataz de los buenos de un misterio que impresiona siempre. Su padre, José Campos Arniz, también fue carnicero. «Podría enseñar una foto de hace muchos años donde sale él con dos carniceros más y con muchas carnes cortadas a la canal. Como se trabajaba antes», explica.

Lástima que don José no haya venido hoy a la carnicería de su hijo, como hace todas las mañanas para matar el gusanillo. Seguro que nos habría contado el tiempo de los guateques en las casas de vecinos. Aquellos años en los que pasaban cuatro coches en todo el día por la calle y aquello era todo un acontecimiento. «Te contaría la historia entera de la calle», asegura con un guiño.

Toreo bueno

La calle esta tranquila, como es habitual. En la puerta está Pepe Rosado, el Niño Manolín, como es conocido en el mundo taurino. En el barrio de la Albarizuela es lógico que haya alguien que alquile trajes de luces y trastos para torear. Y ése es Pepe Rosado. Entramos en su casa del número 7 y nos abre el cuarto donde guarda los trastos para alquilar. Los techos de la habitación evocan cientos de sueños de torerillos valientes y de aficionados que han soñado en ser figuras del toreo.

Lleva cuarenta y cuatro años alquilando sueños a los toreros. Pero la lucha es complicada y éste es el oficio más difícil del mundo. «Y el más bonito», apostilla Pepe Rosado. Las paredes están repletas de fotos y carteles. Fotos con Manolín Rosado, el padre de Pepe, y de figuras del toreo. A un lado están Joselito, Rafael El Gallo, Juan Belmonte, Vicente Barrera y Domingo Ortega. Y más abajo Antonio Ordóñez ¿Cómo es posible que quepa tanta torería y arte en un pequeño testero? Pepe comienza rápidamente a meterse en faena. «Aquí está El Cámara, y el Nini. Y éste es Bernardo el Carnicerito de Málaga. Está con Rafael de Paula. Y más arriba está don Álvaro Domecq, pero no está montando a la Espléndida, sino otra yegua muy buena que le vendió García Mier».

Una vez abiertos los armarios, comienza a sacar los trastos. Trajes de luces, monteras pulcras que parecen preparadas para estrenar, estaquilladores, capotes de paseo, medias o corbatines. Más allá están las espadas simuladas y alguna de acero metida en el esportón. Y siempre el recuerdo de su padre cuando le decía a los chavales al entregarle un traje de alquiler aquello de: «Me lo puedes traer con barro, con siete boquetes o con las hombreras quitadas. Pero no me lo vayas a traer cagado, que por ahí no trago». Pepe Rosado y su casa de alquiler de trajes y trastos de torear. Todo desprende olor a toreo de siempre, se respiran aires de verónicas y muletazos cargados de esencia. Pepe forma parte de ese grupo de taurinos de toda la vida. Muchos dicen que la fiesta ya no será la misma el día que falten ellos.

Joyero

Más abajo, casi llegando de nuevo a la calle Arcos, encontramos a Pedro Pablo del Valle, un joyero que diseña sus propios trabajos. Su taller se como un trampolín a otros tiempos, donde se las paredes respiran a plata quemada.

«Yo llevo toda la vida en la calle Honsario. He vivido aquí siempre y además he aprendido mi trabajo en este mismo taller. Aquí aprendí de gente tan buena como Manuel Benito Palma, Ramón Fernández Quintero o los hermanos Barea. Después, me independicé pero me quedé en el taller de los maestros que es este. Por eso el taller de joyero de la calle Honsario tiene tanto sabor a antiguo», explica.

Sus trabajos son estoques de toreros que se convierten en pulseras o llaveros de oro en forma de montera. «Y hay más cosas, pero no me gusta enseñarlas para que no me copien los diseños», argumenta con cierta razón. La joyería sigue teniendo vigencia en la calle Honsario.

Al igual que Julio, que cerró su taller de electricidad del automóvil pero todavía sigue paseando por la calle. Y familias que ya no están como los Montoyas, La Canela, La Yeya y los Ríos. Ni tampoco el hotel Gover. Gente de toda la vida. Jerezanos que ya no están pero que todavía guardan en la memoria los vecinos más antiguos.

Como Rosalía que lleva toda la vida en la calle. Jerezanos de verdad, gente con mucho arte. Hace seis siglos fue un cementerio y la ciudad lo convirtió en un brocal de arte y jerezanía. No hay más que pasar por ella para darse cuenta de que es así.