El PP sufre las consecuencias del cierre en falso del congreso de Valencia
La generación del 'aznarismo' sigue disputando la sucesión a Rajoy, que ha tomado el mando para evitar que la crisis se agudice Tras la batalla por el control de Caja Madrid, Gallardón pierde opciones de dirigir el partido y Aguirre ya no espera nada del líder
MADRID Actualizado: GuardarJosé María Aznar dejó la política activa y el liderazgo del PP, pero los aznaristas no le siguieron en su renuncia y la agonía de aquella etapa todavía hoy sacude los cimientos del partido. Cuando el presidente del PP y del Gobierno, en 2002, nombró vicepresidente a Mariano Rajoy, puso en marcha una carrera por su sucesión que todavía no ha terminado. Siete años después, los dirigentes de la misma generación política siguen enfangados en una lucha por el poder que el actual líder no logró resolver en el traumático congreso de su reelección, celebrado en julio de 2008 en Valencia. La prueba de que aquel cónclave -en el que Rajoy obtuvo más del 80% de los votos- se cerró en falso son las disputas internas y las permanentes discusiones que han llegado a agotar la paciencia del líder popular, que esta misma semana, con el fin de evitar el desmoronamiento del partido, dio un golpe de autoridad cesando a Ricardo Costa y anticipando, a través de Dolores de Cospedal, sanciones para Manuel Cobo. Falta por saber qué efecto tendrá ese puñetazo en la mesa en la cita de este martes, para la que Rajoy anunció decisiones importantes.
Javier Arenas fue el primer dirigente que se adelantó a todos los de su promoción política y anunció que se marcharía con Aznar, en un gesto que, a su juicio, debería imitar el resto de dirigentes populares de su generación. Curiosamente, el político andaluz es el que todavía permanece en la cúpula del partido y, aunque tenga un puesto de carácter secundario en la dirección, a nadie se le oculta que su influencia es decisiva en la gestión de Rajoy, actuando siempre entre bambalinas.
El panorama que dibujan las disputas internas que zarandean al PP en estos momentos rememora la imagen de división y desgobierno que los populares ofrecieron en vísperas del congreso de Valencia. La mala noticia es que la situación es todavía más grave aunque los protagonistas son los mismos y, curiosamente, los nombres que circulan no difieren mucho de los que hace más de cinco años evolucionaban en la primera línea del PP aznarista. Rajoy, Aguirre, Gallardón, Rato, Arenas, Juan Costa, Camps... Nada nuevo bajo el sol.
Ni la derrota electoral de 2004 ni el segundo fracaso de 2008 fueron capaces de provocar la renovación generacional y tampoco la necesaria modernización de las estructuras organizativas del partido. Mariano Rajoy consiguió ganar el congreso de julio de 2008 y propinar un importante revolcón a Esperanza Aguirre, al mismo tiempo que desarbolaba cualquier operación alternativa que ni siquiera pudo confirmar el único aspirante posible, el ex ministro Juan Costa. Actuó como perro viejo que es, experto en las triquiñuelas del aparato del partido, y logró apalancar los votos a través de una eficaz recopilación de los avales a su candidatura.
Pero aquella fue una victoria pírrica, dejó heridas sin cerrar y asuntos pendientes entre poderosos dirigentes enfrentados. Que las luchas cainitas resucitaran era cuestión de tiempo y oportunidades. El caso Gürtel y el control de Caja Madrid fueron dos muy buenas ocasiones para que al líder se le pusiera el partido patas arriba.
Deberes
Los críticos aseguran que aunque el presidente ganó el congreso y se produjo un aparente cierre de filas, «no hizo los deberes» posteriormente para pacificar realmente la organización tras haber derrotado por goleada a sus adversarios internos. Se quejan de que no buscó territorios propicios para el acercamiento ni hizo el más mínimo esfuerzo por recuperar el tejido dañado con el reparto de tareas que permitieran el regreso a casa de dirigentes descolocados, como el propio Costa, Aragonés, Elorriaga o Manuel Pizarro, que se quedó sin papel en el grupo parlamentario. Reconocen, sin embargo, que el nombramiento de Baudilio Tomé como coordinador de Estudios y Programas supuso un estimable síntoma positivo en esa dirección.
Esperanza Aguirre, por el contrario, simuló tímidos movimientos para allanarse ante el líder -cuya autoridad moral jamás asumió-, recuperar la convivencia y dar por superada la dura pelea precongresual. Su hombre de confianza y vicepresidente de Madrid, Ignacio González, así lo creyó, y estaba seguro de que los malos rollos del congreso habían quedado atrás pasado año y medio. Ésa es la única razón por la que González salió convencido del despacho de Rajoy -cuando le visitó antes del verano- de que éste no se opondría a su candidatura para presidir Caja Madrid. Tremendo error.
Tanto la lideresa como el alcalde Gallardón quemaron sus naves la pasada semana en su ya clásica lucha sin cuartel con la que acaban de coronar de forma estruendosa su tradicional rivalidad. «Es algo que va más allá de lo racional», comentó el colaborador de uno de los púgiles, porque tenía muy claro que ni uno ni otro estaban usando el sentido común en esta última ofensiva suicida. Ni Gallardón tendrá ya grandes posibilidades de convertirse en líder del partido, después de haber apadrinado la tremebunda vomitona de su esclavo moral, Manuel Cobo, ni Aguirre espera ya nada del PP de Rajoy, como no sea su descalabro.
Mientras tanto, Rato sigue implícitamente presente en el imaginario popular como una sombra amenazante del liderazgo de Rajoy. Claro que el fantasma del ex gerente del FMI es una broma al lado del daño que le puede suponer al político gallego la nefasta evolución de su idolatrado hijo político, el barón valenciano Francisco Camps.