¿Didyme?
Actualizado: GuardarUna cibernauta, me pregunta desde Antofagasta, qué significa «Didyme». Entre las lindes del Pacífico y el desierto de Atacama, ese portento de la nulidad, clamor del sílice y el meteorito, nos lee con asiduidad al rescoldo del recuerdo de su bisabuelo gaditano, que llegó como capitán de un carguero británico para transportar salitre, el Nitrato de Chile, que nutrió, durante lustros, las tierras yermas de la España pobre, y allí se quedó enamorado. Desde Puerto Natales a Tijuana, navegan por un río celeste, las fragancias del mestizaje, las evocaciones y nostalgias de una España amada, lo que bien debe conocer ésta, para que definitiva y definitoriamente se invista con el ropón ceremonial de la madre mítica y obre en consecuencia.
«Didyme», no resulta ser el acrónimo que intenta adivinar. No he querido tampoco jugar con el verbo decir y su conjugación. Disculpe; daba por hecho que se conociera su significado. Ese era el nombre con que los griegos conocían a Cádiz, al catalogarla como «la doble», siendo ése su significado. La «ciudad doble», al estar configurada por la pequeñísima Antipolis y por la moderna Neapolis, la nueva urbe que edificaron nuestros conciudadanos Cornelius Balbo y su sobrino Balbo Minor, allá por el siglo I a.C., dotándola de todos los servicios que una ciudad confederada con Roma debía tener. Hasta se le diseñó un Plan de Ordenación Urbana. Sepa, de paso, que Cádiz rige sus destinos bajo el régimen jurídico de municipio desde el 19 a.C. y que los gaditanos, también su bisabuelo, somos ciudadanos romanos desde el 49 a. C., lo que, por herencia, a usted honra.
Elegí este título críptico, atraído por la geoestrategia de la Gadir fenicia, edificada, como Tiro y a su semejanza, parte sobre una pequeña isla y parte sobre un continente majestuoso. Otra vez edificada en dos mitades, en cierto modo como ahora. En la isla, ubicaron los templos, los altares para las impetraciones, y en el continente, las industrias y los espacios comerciales. De esa forma, preservaban los credos, las esencias, evitando las tentaciones metafísicas de Oriente, de Tartessos. Esta bipolaridad, desde el siglo X a.C. hasta el periodo del fulgor romano, siempre ha estado presente en la configuración urbana de Cádiz. Un pequeño archipiélago litúrgico ejerciendo de mascarón de un continente. Incluso hoy mismo, sigue ejerciendo el Cádiz capitalino de roda de Europa, más aún ahora, al estar vinculada a ella por un sucinto istmo.
Cádiz siempre ha sido doble, sin doblez, siempre «Didyme» pues, como sabe, ha estado además vinculada sólidamente a América, desde 1493 hasta nuestros días, desde Colón hasta la Constitución de 1812, única Carta Magna con vocación transcontinental. Desde los tiempos de Fenicia hasta la anhelada configuración metropolitana de hoy, una saludable aspiración, Cádiz siempre ha tenido una vocación ubicua. Siempre ha ejercido de doble corazón, siempre de aurícula derecha del corazón de América. Siempre magnánima y sugestiva. Aquí le espera la luz de la concordia; péguese un salto.