Un esfuerzo más
Actualizado: GuardarE l atentado contra una residencia de la ONU en Kabul, que ayer costó la vida al menos a nueve personas, y la masacre provocada en la ciudad paquistaní de Peshawar, en la que murieron cerca de 90 ciudadanos, son dos ejemplos de la dificultad que entraña erradicar el fundamentalismo terrorista en esa región del planeta. La estrategia óptima para que el mundo recobre la seguridad amenazada desde las montañas que constituyen una impenetrable zona fronteriza entre ambos Estados se basa en que sean los propios afganos y los paquistaníes quienes se hagan cargo de la tarea. La implicación directa de las autoridades de Islamabad en la confrontación abierta contra la alianza tribal con los talibanes parece apuntar a un estrecho compromiso con los esfuerzos internacionales y, en especial, al afianzamiento de su alianza con EE UU de la que la visita de Hillary Clinton es un buen ejemplo. Pero más dudoso resulta que la comunidad internacional pueda poner el futuro de Afganistán en manos de los afganos, haciendo caso omiso a los riesgos que comportaría precipitar la salida de las tropas occidentales. Parece inexplicable que ocho años después de la primera irrupción aliada sobre el terreno el líder secundado por los actores de la intervención, Hamid Karzai, haya recurrido al fraude para asegurarse la reelección como presidente; como inexplicable resulta que después de tanto tiempo de controlar la región de Kabul, ésta se convierta en escenario de una cadena de sangrientos atentados; o que el integrismo armado mantenga amplias zonas del país bajo su violenta autoridad. Pero los errores del pasado difícilmente podrán superarse mediante el enunciado de un cambio de estrategia si ésta no se basa en un último esfuerzo internacional por garantizar los mínimos que requiere la democracia.