EL ARTÍCULO

El 34

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Y entonces, los cíclopes salieron del interior de la tierra. Y tomaron la vida, la justicia, lo que era suyo. Cuando la minería asturiana no era propiedad del Estado, sino de unos cuantos apellidos que hoy pasean por el Principado limpios de sangre, sudor y polvo, el trabajo en estas minas escondidas en las mismas entrañas de la tierra era de los más duros que imaginarse puedan. La unión, solidaridad y conciencia del lugar ocupado en la sociedad, también. Las Cuencas eran temidas: por su bravura y por el silencio a pie de mina cuando alguno quedaba atrapado. Las grandes huelgas de finales de los cincuenta y sesenta, la del 63 que casi puso en fuga a la dictadura e hizo revolverse al exilio republicano e intelectual, no fueron ni fáciles, ni gratuitas: torturas, asesinatos, represión. En aquellas terribles huelgas, las mujeres fueron quienes realmente sostuvieron el entramado que hacía posible a sus hombres la protesta, la huelga. Cierto, las cosas han cambiado, ahora los nietos de aquellos cíclopes (por la luz que portaban en el casco) visten camisa limpia y se dejan explotar sin sentir el peso del mismo monstruo sobre sus cabezas. Esta nueva 'crisis', fomentada por los de siempre para barrer derechos y vida laboral, coge a sus nietos y biznietos acojonados, hipotecados, aislados e insolidarios. Decía un superviviente de aquellos cíclopes hace unos días: «Hoy mismo, 'venos' a tres o cuatro de aquéllos un capitalista y 'ponse' a temblar». Puede, pero sus nietos, en realidad, cuando no pueden más, se suicidan. ¿De verdad hemos olvidado todos quienes somos y de dónde venimos?