MIRADAS AL ALMA

Creando ami muerte

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Existe un sentir indescifrable cuando un autor deja vivir a su obra por sí sola. Un sentir nostálgico, doloroso y, a su vez, sorprendente, pues cuando un escritor cree terminar un libro (y digo bien «cree», pues los libros son fantasmas que jamás se terminan de escribir), es cuando la obra comienza a vivir y a respirar con una vida propia. Es pues un libro, una transmutación de sentimientos donde uno nunca llega a entender el cómo, dónde y cuándo se transformó en un ser distinto al que creaste, a veces inclusive un monstruo. Y es, a su vez, esa mágica transformación la que hace a la literatura una maravillosa encrucijada de emociones. Y es que el autor termina por entender que cuando ese libro deja de ser creado en la íntima soledad, aquel muere y éste nace. Muere el autor y nace la obra, y nace ésta para crecer, liberarse, rebelarse y hasta negarse a todo.

Y mientras esto ocurre, el autor sólo vive su muerte con la infatigable sensación de haberlo podido hacer mejor. Lo que es y lo que será ya no forma parte de tu voluntad, ya sólo puedes pensar en lo que podría haber sido, lo cual es como bañarse en el fango de la absoluta insatisfacción. Pero el libro vive, y lo hace con devoradora pasión llegando a nuevos lectores que a su vez lo hacen suyo, cada cual a su forma y gusto. Es por todo ello que uno piense que lo maravillosamente bello de la literatura es el proceso de creación, cuando sólo es tuyo, cuando celosamente lo amas y lo odias, cuando aún él no te ha matado para así vivir su vida de aventura, su romántica encrucijada. Escribir es un ejercicio mental donde, como el amor, siempre termina doliendo.