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CRÍTICA DE TEATRO

¿Capricho?

GERMÁN CORONA
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El mítico personaje de Calígula viene a nuestra memoria como un tirano, déspota, abyecto, vil y perverso emperador romano que como muchos otros, tiñen, mantienen y abandonan su trono bañados en sangre. Abordar un personaje de este calado se antoja suculento de cualquier forma ya sea como actor, director o creativo en general. Sin duda es también una oportunidad para redescubrir lenguajes, formas y modos a la hora de acercar al público a la recurrente temática del Poder y su repercusión social, histórica y humana.

Desafortunadamente, la compañía valenciana L'om-Imprebís, desaprovecha la ocasión y concatena despropósitos y contrasentidos de todo tipo. Si la intención del montaje era meramente estética, ¿por qué Calígula y no otra obra? No hay respuesta, o sí, quizás fuese mero capricho. No tiene ningún sentido tocar a Albert Camus como pretexto para sólo cuidar la forma y olvidarse del fondo.

Lo que más molesta de este montaje son los abusos que se cometen, -o habrá que decir tal vez la falta de recursos imaginativos-. Se abusa de los colorines del ciclorama, de los gritos, de la simetría, de las voces recitadas, de los planos frontales en las interpretaciones, de los actores (o bailarines), que no saben entender, -y por lo tanto-, decir bien un texto, del feo vestuario, de lo simple en la composición espacial y por supuesto, del tiempo del espectador. Un maestro me decía: «En el Teatro nada es cotidiano, todo es sangre, traición, pasión, sexo, violencia y muerte...» y todo esto lo hay en la obra de Camus. Pero el director de ésta propuesta no lo advirte; como tampoco percibe la falta de uniformidad de los elementos plásticos que por momentos saturan el espacio. Pero, ¿cómo podrían haberse resuelto estos fallos? Posiblemente poniendo un poco de cuidado en las interpretaciones, pues ver a todos los actores gritando de principio a fin y sin motivación aparente, lo único que deja claro es que tienen mucha energía y voces potentes como para poder llevar una función sin micrófonos. Esta actitud chocante y grosera de «pura energía», evidencia además, que no se tiene ni idea de lo que es la progresión de un personaje y su desarrollo.

Es lamentable concluir que algo hecho incluso con buena factura, -técnicamente hablando claro-, no haya servido para nada más que para el aburrimiento de la mayoría de los espectadores y para corroborar que nuestro teatro se estanca en vaciedades de carácter formal que en casos como estos no son ni siquiera gratos a la vista.