TRIBUNA

El mejor espejo

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Ismaíl Kadaré, nuestro Príncipe de Asturias de las Letras de este año, concibió en 1988 un país imaginario donde los gobernantes analizaban los sueños de sus súbditos para detectar cualquier mínima señal de rebelión o de disidencia.

A partir de este argumento, recogido en su genial novela El Paraíso de los Sueños, Kadaré trazó una certera alegoría del horror, el absurdo y la crueldad que provocan las dictaduras, el abuso del poder y la debilidad de aquellas sociedades en las que se coarta la libertad y la conciencia crítica de los ciudadanos.

Los Premios Príncipe de Asturias también nos hablan de los sueños de muchos ciudadanos, pero son sueños de libertad, sueños de paz, sueños de progreso, de saber, de desarrollo. En definitiva, nos hablan de los grandes sueños de la humanidad, y nos permiten reivindicar, encarnados en nombres propios, los valores que a lo largo de la historia han contribuido a hacer realidad esos sueños.

Como todos los años por estas fechas, repaso la lista de premiados y compruebo que, una vez más, reconocen el mérito de personas que, con su trabajo y con su ejemplaridad en esos valores, mejoran de algún modo nuestro mundo.

Personas que se esfuerzan cada día por llevar la atención sanitaria a todos los rincones del mundo y reducir la mortalidad infantil; personas que trabajan en favor de la divulgación científica y del conocimiento, en favor de la conservación del planeta y el desarrollo sostenible; personas que elevan cada día el listón de la reflexión intelectual y el diálogo entre culturas o que llevan la contraria a los que creen que un listón de cinco metros es demasiado alto para que lo salte una mujer.

También la esperanza y el deseo de cambiar las cosas, el convencimiento de que con esfuerzo y con perseverancia se derriban los muros más altos, son este año Príncipes de Asturias, porque se premia a la ciudad de Berlín, a las generaciones de berlineses que, en lugar de resignarse, dieron una gran lección a quienes nunca confiaron en que la guerra fría pudiera dar paso a un mundo más abierto y más ciudadano.

En definitiva, los Premios Príncipe de Asturias vuelven a poner este año ante los ojos de la sociedad española, y del mundo entero, el mejor espejo. El espejo de la excelencia, de la creatividad, del trabajo y de la constancia, de la razón y del talento, del diálogo y de la tolerancia. Un espejo en el que, en estos momentos en que un nuevo marco global empieza poco a poco a conformarse, necesitamos mirarnos más que nunca.

Porque sólo será construyendo sobre esos valores como lograremos erigir entre todos, un mundo mejor, un mundo más justo, más libre y más seguro. Un mundo en el que los gobiernos, los organismos internacionales, las grandes instituciones mundiales, sean capaces, como en la novela de Kadaré, de recoger los sueños de los ciudadanos, pero sólo con un único fin: dar respuesta a sus anhelos y a sus justas aspiraciones. No les podemos fallar.