Playa de invierno
Actualizado: GuardarNo está mal que entre todos pensemos cómo se puede sacar esta ciudad adelante. Hay ideas felices que resuelven la vida y no se le habían ocurrido antes a nadie (recordemos los quitasoles de los coches, que vinieron a sustituir muchísimos años más tarde a la socorrida toalla sobre el volante y el parabrisas), e indudablemente es bueno que por fin nos demos cuenta de que los recursos naturales que nuestra tierra tiene deberían ser también para uso y disfrute de los nativos de aquí y no sólo de los turistas, pero mantener la playa abierta todo el año... qué quieren que les diga, a mí también me parece, como poco, extraño.
Y me lo parece porque me da la impresión de que no hay demanda. Cierto, tenemos un bien natural envidiable, siete kilómetros según la publicidad, de arena y olas... y nada más que arena y olas. Cádiz no es Canarias, ni Honolulu, y si la inmensa mayoría de chiringuitos y bares de temporada ya te atienden de aquella manera en plena canícula, tampoco es que se deslomen por mejorar el servicio cuando se marchan los guiris, siendo muchas veces los primeros que cierran hasta nueva temporada. A pesar de la barbaridad de metros de costa, tenemos el paseo marítimo más cortito del mundo: mucha tapia de cementerio, un pequeñito oasis hasta el Hotel Playa, y luego prácticamente, hasta Cortadura, habas contadas.
Cierto, disfrutamos de un clima envidiable. Pero en invierno, cuando el invierno llega, los temporales dejan la playa y el mismo paseo hecho unos zorros. El pueblo de Cádiz, que por ser pasota no deja de ser sabio, aprovecha en todo caso la playa en invierno para aquello que sólo sirve la playa en invierno: para dar paseítos hasta el Chato los pocos que pueden, para entrenar equipos de fútbol, y en todo caso para jugar algún partidito sabatino colocando dos zapatillas como portería. Y pare usted de contar. Como playa, no empezamos la temporada hasta la semana santa, si el tiempo viene bueno, y más allá del final de septiembre poca gente se baña ya, quitando algún intrépido que a veces se lleva un susto. Si en verano se nos ahoga siempre alguien, imaginen ustedes la que le podría caer al encargado de la cosa si por abrir la playa todo el año se le ahogara el típico despistado que viene de excursión y se cree que el Atlántico embravecido es una balsa de aceite.
Querer convertir la playa en Central Park es una idea curiosa, máxime en una ciudad que demasiadas veces vive de impulsar eventos de Puertas de Tierra para dentro, olvidando que el grueso de la población vive de Puertas de Tierra para fuera. Pero cualquier actividad lúdica que pueda proponerse puede hacerse en instalaciones bajo techo, o en las muchas plazoletas que, con valla nocturna o sin ella, ya no son ni siquiera sitios de paso. Muchos domingos de invierno, por cierto, hay actividades de ocio en Ingeniero La Cierva, como las hay en Mina o en San Antonio, y en todo caso el problema es que la mitad de las veces no sabes qué actividad de lo políticamente correcto te vas a encontrar, y en qué clase de botellón familiar de litronas y hamburguesas va a acabar derivando el evento.
Lo dicho: la mejor manera de disfrutar de la playa en invierno es dejando que la naturaleza vuelta a desbaratar lo que los hombres hemos ensuciado durante el verano, que los vientos y las olas nos la devuelvan nuevecita (trabajos de reposición aparte) para que podamos compartirla cuando lleguen las calores. Otra cosa, claro, es que se anime el cotarro invernal contratando por horas al speaker de la Caleta.