Del Moral, con gorra y gafas durante un asalto, y después, tras ser detenido en febrero de 2008./ R. C.
ESPAÑA

Francisco del Moral, una vida de delitoNi drogas, ni alcohol. Sólo sexo

Azote de joyerías y bancos, este interno, que nunca ha cometido delitos de sangre, es, con 41,3 años en el «talego», el decano de los presos de España

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Centro penitenciario Madrid III, Valdemoro. De la rejilla metálica que tapa el hueco que, sobre la mesa del locutorio, me sirve para hablar y escuchar al preso que se ha sentado puntual tras la frontera de cristal, emana continuamente un olor dulzón y picante que, a medida que pasan los minutos, va alimentando la arcada. A ese conducto Francisco del Moral casi pega sus labios para hablarme y se postra sobre él cuando soy yo la que le inquiero. A veces, ante un silencio, levanta la cara y me mira con sus pupilas apagadas. Ha colocado sus manos sobre el mostrador, limpias de cualquier alhaja, como sus muñecas, -«no me gustan las joyas»- y luce unas uñas pulcras y recortadas. Su aspecto, tan atildadito, no infunde sospechas. «No tiene usted pinta de delincuente», le digo. Y sin sonreír -no lo hará en la dos horas y media que tenemos por delante- presume de que «por eso he podido trabajar tanto. La imagen vale mucho. Que me pedían 37 años y se me ha quedado en 7. Estoy contento».

En los locutorios contiguos van rotando reclusos y abogados. En el nuestro, el relato de la vida y obra de este criminal de 62 años no se detiene; viene preparado para contarme, repetir una vez más, que la raíz de su mal está en ese aciago 23 de junio de 1947 en que su madre le abandonó en la ciudadrealeña calle de la Ciruela.

Y así, tal y como él lo dice, lo escribo. Pero antes de que yo lo haga, sor María, una monja que le trata en la prisión, ya lo hizo a su manera, en otra transcripción biográfica que este atracador ha enviado hasta el sursum corda añadiendo un epílogo de peticiones al destinatario que van desde «un poco de cariño» hasta una tele de plasma. Y es que el tiempo en presidio da para mucho, y Del Moral se tira las horas muertas dándole al boli. La carpeta azul de cartón que ha traído bajo el brazo lo constata.

A Del Moral le importa un pito quién soy y de dónde vengo. Ha sido saludarme con un buenos días y repetir machaconamente que es «la persona en vida que más tiempo de reclusión lleva cumplido en todo el planeta, que ni en Cuba ni en China encontrará usted a nadie que como yo se haya pasado encerrado 41 largos años, cumplidas a pulso cuatro condenas de más de 10 años cada una que equivalen a dos cadenas perpetuas, y que sumadas a los 19 años que pasé metido en el orfanato hace que a mis 62 años sólo haya pasado en la calle 2.Y fíjese que eso ha sido sin tener delitos de sangre».

«No me venga -le espeto por la rejilla pestilente- con que es usted un santo. ¿Acaso le tembló el pulso al encañonar con su 38 a un matrimonio y a su hijo el día de Reyes de 2008, en el rellano de su casa en Madrid, cuando se preparaba para asaltarla? El esposo resultó herido de bala en un brazo». «Pero en el juicio -me corta- se demostró que esa bala no salió de mi mano. Ahí el problema fue que cuando les apunté para que se metieran en una habitación, el marido y el hijo lo hicieron, pero la mujer se me abalanzó. ¿Y qué tiene dicho el Ministerio del Interior? Pues que cuando a uno le apuntan con una pistola no debe hacer frente al pistolero, y ella se resistió y se puso histérica, y yo no quería hacerle daño porque sé cómo tratan eso los fiscales y los jueces, así que hasta me dejé quitar el arma y caímos todos por las escaleras». Entonces se calla. No cuenta que en la huida perdió el teléfono móvil y la cartera y que el resto fue pan comido para la «pasma». Ni me habla más de las víctimas cuando le he vuelto a preguntar. Insisto, ¿qué cree que sienten cuando les pone la pistola en la cabeza? «Sé que no tienen la culpa, por eso nunca le he hecho daño físico a ninguna. Mi objetivo es llegar hasta el final sin hacer daño. Por eso ahora hago bancos, sabe usted, porque allí no se defienden a muerte como los joyeros que son negocios de familia».

A Francisco, según él cuenta, le encontró un sereno metido en una bolsa de plástico a espaldas del hospicio de Ciudad Real, «donde la mayoría de las mujeres lo hacían por comida, que eran años de mucha hambre. He ido al juzgado a ver si sabían algo de esas personas, por cómo me apellido, pero no me han sabido decir nada. Pienso que Del Moral sería a lo mejor el apellido del sereno que me encontró o que me lo darían las monjas con las que me crié hasta los 19 años. Si algo eché de menos fue una madre. A mis 62 años todavía ninguna mujer me ha besado en la cara».

Libertad, una condena

«No soy malo porque, como puede comprobar, mi comportamiento en la cárcel siempre ha sido bueno y nunca he participado en motines. Mi casa es la cárcel; la libertad sí que es una condena: cada vez que he salido de prisión me han dado un billete de tren para irme a dónde quisiera. Claro, yo salgo reinsertadosocial -que dicho por él suena a una sola palabra- pero con una mano delante y otra detrás, termino con los cinco días que te dan de albergue y, sin nada, me deprimo. Al juez se lo dije una vez: Lo mío no es reincidencia, es necesidad».

«Nunca he trabajado para una empresa o negocio porque nadie me dio un trabajo, ni he percibido jamás sueldo alguno. Así que por eso yo les digo a los otros presos que hay que estar preparado para las dos vidas». Como me callo, levanta la cara y me mira a los ojos. «Me refiero a la vida de reinsertadosocial -aclara- y a la otra, ilegal, por la que hay que tirar cuando te ves sin salida. Por eso yo he dado tanto tiempo clases a los otros presos sobre cuál era la mejor forma de actuar y qué tenían que hacer para salir con bien. No se crea, que de la tele se aprende mucho». ¿Alguna preferencia en informativos? «Siempre veo los de Telemadrid. También he observado que siempre están echando sucesos porque a la gente es lo que más le gusta, por eso creo que si a mí me dejaran salir en alguna tele y pudiera contar lo mío, la gente vería en mis ojos que no miento, sabría lo que está pasando y sería un éxito fenomenal».

Cronos vuela, imagino que para mí. En este rato, Francisco no ha parado de toser. Se excusa volviendo a su origen de abandono en la calle de la Ciruela y a una infancia de hambre. «Es una tos crónica». Antes le decía que sólo tengo salud, pero también me he dado cuenta de que tengo mucha inteligencia para ser político, pero de eso lo he sabido tarde. Yo no he podido votar nunca, pero si lo hubiera hecho habría sido por la izquierda porque la derecha siempre fue peor para el preso, menos Franco, que indultaba por cualquier tontería. Ahora no nos podemos quejar porque, esto no son cárceles, son guarderías. Yo la verdad es que aquí estoy estupendamente. ¿Sabe por qué no envejezco? Porque no tengo miedo a la cárcel, es mi casa. Yo voy tranquilito, confortable, calculador a los delitos porque la prisión no me asusta, todo lo contrario».

¿Algún golpe en mente? «Las 2.000 cajas de seguridad que están en el sótano de una oficina de Caja Madrid cerca de Atocha. Me han soplado que en agosto están a reventar. Y sin butrón ni nada, con el director al sótano y ya está. Y a mano armada, que yo sé cómo se hace esto». El tiempo se ha acabado. Se despide insistiendo en que necesita unas gafas, una tele, chándal, zapatillas... «Para pasar lo mejor posible la nueva condena». Que no tiene visos de ser la última.

Tratado de esquizofrenia paranoide, me ha confesado que no fuma ni bebe ni toma drogas. «Ni siquiera coca-cola, sólo fanta». Y quiero saber cuál fue el mayor lujo que se dio con todos los millones que ha robado. No se lo piensa: «El sexo aquí. Lo hago con otros presos y en varias ocasiones nos han sorprendido los funcionarios pero, como no hay intimidación ni nada, no está castigado. Nos damos masajes, nos besamos... Si me gusta el chaval no me importa que sea drogadicto y tenga sida, porque lo he hecho con muchos así y me hacen análisis y no doy nada. Además, a mí me da lo mismo, el infierno está en esta vida y no en la otra y si algo me ha dado Dios es salud. Ahora vivo en la celda con un chinito, que está por falsificar tarjetas, y estoy muy feliz, aunque no siento deseo sexual hacia él. Se lo he dicho a la psiquiatra que lo mire, a ver si estoy enamorado o que le quiero como a un hijo. Porque yo en la cárcel he hecho varias familias, y cuando me los quitan, porque los cambian, me hundo y lloro. Hay un brasileño, preso por drogas, que ahora está en Topas, con el que también estuve muy bien, y cuando me clasifiquen y me trasladen me gustaría estar con él; pero después de Navidades, porque me gustaría pasarlas con el chinito. Mire usted, yo nunca he besado a mujer alguna, ni he tenido novia: sólo he vivido con hombres, primero en el orfanato y luego en la cárcel, y cuando he estado en la calle no he tenido tiempo para eso».