El turbo-Nobel
Actualizado: GuardarCon una velocidad de crucero de nueve meses en la presidencia de USA, Barak Obama se ha convertido en el primer turbo-Nobel de la paz. El primer N.A.V.E. (Nobel de Alta Velocidad Estadounidense) de la historia. Y es que las cosas ya no son lo que eran. Hoy en día cualquiera puede ser ministro, famoso... o incluso Nobel. Todo es relativo, ya teníamos ministros mileuristas y famosos anónimos... y ahora se une al club el grupo de los nobeles sin mérito.
Cuando yo era niño, el Nobel de la paz era la leche, el mayor honor que puede recibir un hombre en la Tierra. El fin de toda una vida. Todos hemos crecido con historias de como la de Luther King, que ganó el Nobel por su pelea contra la segregación, o la de Nelson Mandela, por su lucha contra el Apartheid, o la de Teresa de Calcuta por su pugna contra la pobreza. Los méritos de todos ellos eran innegables. A Luther King lo mataron, Mandela estuvo 27 años en la cárcel y a Teresa de Calcuta, bueno a Teresa de Calcuta la elevaron directamente a los altares. Le fue concedida la beatificación.
Todos estos premios cumplían estrictamente con las condiciones que había impuesto el creador de la dinamita, Alfred Nobel. Dar un premio «a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz». Y en base a ello un jurado de hombres justos decide, más allá de cualquier interés terrenal, quién se merece ganar este honroso premio.
Cuando llegué a la pubertad, me empecé a dar cuenta de que algo olía a podrido en Estocolmo. El premio Nobel ya no me parecía tan noble, se estaba villanizando ante mis ojos. Me enteré de que, por un lado, tanto Hitler como Stalin, no sólo compartían ser dos de los mayores genocidas de la historia, sino que también tenían en común haber sido nominados para el Nobel de la paz. Y también me enteré de que Arafat, reconocido terrorista, lo tenía. Y por otro lado, ni Gandhi, ni Juan Pablo II, habían sido dignos, siempre según ese jurado de hombres buenos, de merecerlo.
Ahora que soy padre de cuatro niños, veo asombrado que tanto otorgantes como receptores del premio Nobel han perdido el menor atisbo de decoro. No es ya que el premiado sea o no la persona adecuada, es que esto ya no es ni un premio. Un premio, por definición se da como «recompensa por algún mérito o servicio». Y nuestro querido presidente Obama no ha hecho nada. Por muy buenas intenciones que tenga, no ha hecho nada. Sólo gastar saliva.
Las medallas olímpicas no se dan para ayudar a que alguien gane las Olimpiadas sino porque se han ganado las Olimpiadas. Las buenas notas no se dan antes de los exámenes. El sueldo no se gana antes de trabajar. Pero al parecer los Premios Nobel, sí. Han pasado de ser el fin, a ser un medio para conseguir otra cosa.
Esto es muy bueno para Obama. Como primer presidente negro de Estados Unidos, el Nobel de la Paz le va a permitir como dicen ellos «asumir el liderazgo» del mundo libre, investido de una autoridad moral que le va a venir muy bien. Otra cosa será lo que pase luego, porque recibe el premio «por sus esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos» destacándose por su «visión de un mundo sin armas nucleares». Ya que, aunque en nueve meses ha tenido tiempo y poder para ganar el Nobel no lo ha tenido para cerrar Guantánamo, terminar con la guerra en Irak o Afganistán o hacer que se empiecen a entender judíos y palestinos. Tampoco lo veo yo con muchas ganas de desarmar el arsenal atómico estadounidense, ni que los españoles volvamos a tener la misma confianza que tuvimos con los americanos en la era Bush.
Veo que este hombre no es ni un Lincoln, ni un Roosevelt, ni un Kennedy. Es, mientras no me demuestren lo contrario, simplemente el producto de marketing más avanzado de la historia. Además, tiene un problema adicional con respecto a los otros presidentes que le va a dar muchos quebraderos de cabeza. Por mucho que quiera o pueda hacer, hay unas expectativas tan grandes puestas en él, que nunca va a conseguir estar a la altura de lo esperado. Como José Tomás cuando llenó el año pasado la plaza de El Puerto. Tarde de expectación, tarde de decepción.
En cambio, otorgarle el premio a Obama es muy malo para la ya dañada institución de los Nobel. El Nobel de la Paz, ya no es el fin de toda una vida, el mayor honor que pueda recibir una persona en la Tierra, ahora no es más que otro medio al servicio de los poderosos. Sujeto como todas las cosas humanas a envidias, presiones y corruptelas. Bailando al albur de los distintos lobbies. Por cierto que los demócratas tienen que tener un lobby muy bueno porque llevan ya tres presidentes: Carter que le ganó a Juan Pablo II, Gore por un documental y Obama por lo que dice que va a hacer.
En definitiva, nada nuevo, que ya lo decía Góngora: ¡cruzados hacen cruzados, ducados compran ducados y coronas, majestad!