El viaje sanitario
Actualizado: GuardarLo digo a menudo, y a mis amistades les debe de sonar a cantinela extravagante, pero lo repito aquí: debería ser obligatorio viajar lejos de casa al menos una vez al año. No ya como divertimento, sino como medida de higiene mental: el viaje como medicina y como enseñanza.
Se sale uno de sus cuatro paredes, de sus calles trilladas, de sus usos y sus movimientos maquinales, y cambia la perspectiva de la vida. Se descubre que en todas partes cuecen habas, que los problemas que nos amargan la existencia los compartimos con el otro, con el prójimo no próximo, pero que quizás éste los afronta con otras herramientas y actitudes. Y se trae uno la experiencia ajena y la aplica en lo suyo, y hasta funciona. Por eso no entiendo a quienes se niegan por sistema a salir fuera.
Viajar abre la mente y cambia los conceptos. Porque mirarse el ombligo continuamente no puede ser beneficioso, y el estar contemplando sólo lo que está cerca causa miopía espiritual y, a la larga, ceguera. Buscar lo diferente, acercarse con disposición de aprender, no de rechazar sin más, nos puede enseñar a matizar lo propio, a cambiarlo, a mejorarlo. Y también, por qué no, a apreciarlo. El hombre (la mujer) está hecho para el asombro. Para el conocimiento y el avance. Para mirarlo todo, escucharlo todo, absorberlo todo.
Igual que el Imserso facilita a nuestros mayores que viajen a Marbella o Benidorm (que no me parece mal), quizá sería una útil utopía una especie de 'ministerio de los viajes', que nos impulsara y aun nos exhortara no a ver esas ciudades vacacionales donde encontraremos más de lo mismo, sino lugares donde aprendamos diversidad y humanidad. Cuando pase esta crisis igual nos lo planteamos.