Editorial

Nobel en masculino

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La concesión ayer a la catedrática estadounidense Elinor Ostrom del Premio Nobel de Economía, junto a su compatriota Oliver Williamson, por sus trabajos sobre la toma de decisiones en marcos comunes y la gestión sostenible de los recursos dejó al descubierto la profunda desigualdad que arrastran los prestigiosos premios de la Academia sueca. El hecho de que Ostrom sea la primera mujer en ser distinguida por su obra económica en las 40 ediciones que suma este apartado de los galardones subraya un desequilibrio que, seguramente, es fiel reflejo de la primacía de los hombres en las materias objeto del dictamen por el jurado de los Nobel. Pero que de las 789 personalidades que habían recibido ese reconocimiento desde 1901 hasta 2008 apenas el 4% fueran mujeres obliga a preguntarse si la progresiva incorporación femenina al mundo del estudio y al mercado laboral no habría merecido una consideración más elevada en todo este tiempo; no por su condición sexual, sino por los méritos acreditados. Cuesta creer que en las cuatro décadas de existencia del Nobel de Economía no haya existido ni una sola profesional que pudiera optar a él con justicia. No deja de ser una elocuente paradoja que la valía de Ostrom haya quedado solapada por ser la primera, y por la novedad que supone que 2009 haya batido -con cinco- el listón de galardones femeninos. Que sea mujer es, a la vez, la característica distintiva y la que desplaza a un segundo plano la excelencia que la ha hecho acreedora del Nobel. Lo ocurrido con Ostrom pone de manifiesto que la lucha por la igualdad sigue siendo un pulso contra una doble inercia: la de minusvalorar históricamente las capacidades de las mujeres cuando éstas se comparan en pie de equidad con las de los hombres y la de sobrevalorar su condición femenina por encima de esas capacidades cuando son reconocidas.