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Dos países paralizados

MADRID Actualizado: Guardar
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El Uruguay-Argentina paralizará mañana a dos países. Millones de urugayos y argentinos estarán pendientes de un resultado que para quien pierda tendrá unas consecuencias imprevisibles. El defensa Diego Lugano, capitán de la selección uruguaya, dijo que se trata de «uno de los clásicos del Río de la Plata más importantes de la historia. Será una final, y tremenda». Y tanto que tremenda, porque la Policía va a desplegar unas medidas de seguridad sin precedentes en un partido celebrado en Uruguay.

Mientras, en Argentina se alarga la pesada sombra de la destitución que sigue a Diego Armando Maradona y que podría acabar con su efímera carrera como entrenador aún clasificándose para el Mundial de Suráfrica.

Las feroces críticas contra el astro argentino menguaron durante las horas de euforia que siguieron a la victoria en tiempo de descuento contra Perú. Luego, ya en frío, la realidad volvió a abordar la pobreza futbolística de un equipo plagado de estrellas, pero dirigido por un hombre perdido en las tinieblas del trabajo táctico y técnico. Cada futbolista hace la guerra a su aire, nadie les marca una directriz. La calidad de la albiceleste es indiscutible, pero urge una cabeza pensante que ponga orden en tanto desasosiego, que marque la pauta y que se erija en el director de orquesta que se necesita para destacar. Y para confirmarlo, dos perlas. Una, la que Maradona le lanzó a Palermo cuando se vio con el agua al cuello. «Andá y resolvé esta historia». Y la otra, la respuesta de Aimar cuando un periodista le cuestionó por la escasez de jugadas de peligro a favor de Argentina. «Es que sólo había un balón, y lo tenían siempre ellos». Nada más que decir.