Fraternidad ante las dificultades
En la jerezana y populosa calle Fraternidad, ubicada en el Residencial La Cartuja,
JEREZ Actualizado: GuardarEl barrio tiene encanto. Una vecina afirma que nada tiene de especial para que se publique un artículo en el periódico. No somos especiales. Craso error. Ni un centímetro existe en la ciudad que no merezca una frase, un artículo o una historia que contar. Todos tienen el mismo derecho a ser protagonistas. La calle Fraternidad de una manera muy especial porque el barrio tiene encanto, y eso ya bien vale una doble página.
Los dieciocho bloques de Residencial La Cartuja están alineados formando terrazas de distintos niveles. La prominente cuesta que culmina en el famoso puente de Cádiz ha propiciado una arquitectura muy particular. Los bloques se alzan rígidos como si fueran prismas de color crema y al fondo se dejan ver las vías del ferrocarril.
Las lluvias han dejado algunos charquitos, pero el suelo está reluciente después del baldeado natural tras una noche de chaparrones. Como la calle está limpia, el encargado de barrer está sentado comiéndose un bocadillo junto a un refresco de lata. También es verdad que «en todos los trabajos se fuma»; y en todos hay lugar y momento para el receso. El aire huele también a limpio y el día parece ser un borrón y cuenta nueva, una pasada de borrador, unos pelillos a la mar.
Diego y Pili
Pero nada de eso. Volvemos a la cruda realidad y nada se olvida para siempre. Fundamentalmente, los malos momentos que atraviesa el sector del comercio, los trabajadores de las industrias, la construcción, las amas de casa y los vendedores de coches -por citar algunos-. «Dígale al señor Zapatero que a ver cuándo arregla el problema de los autónomos. Y el de los comercios que se cierran. Y también a ver dónde están los brotes verdes», confiesa Pili. El negocio de Diego y Pili lleva doce años abierto. Un bazar donde se vende de todo un poco. «Dígame qué desea y nosotros se lo buscamos. La cosa no está como para decir no tengo», argumenta de nuevo Pili.
Diego escucha sentado, paciente. Pili es su hija, y después de estudiar Filología Hispánica se ve en el negocio de su padre trabajando todos los días. «A ver para qué me ha servido estudiar una carrera», prosigue. La cosa está mal. Sin duda. Pero Pili seguro que tendrá un futuro próspero a la vuelta de la esquina. No hay mal que cien años dure. Quizá una oposición aprobada, a lo peor corrigiendo a plumillas en el cierre de un periódico que tampoco estaría mal del todo. Gramática, lengua y sintaxis para llegar a la cruda realidad de unas ventas que no acaban de arrancar desde hace unos meses. Diego, como no podía ser de otra manera, le da la razón a su hija. Esta chica vale mucho, parece pensar. No le falta razón.
Un buen barrio
La plaza está un tanto desangelada. Es normal. Los chicos del barrio están en el colegio y las madres planteando el almuerzo. «Es la hora tonta», comenta la auxiliar de la farmacia del barrio. La botica está justo en la esquina de la plazoleta. Tras los grandes cristales del establecimiento se ve un centro con varias coníferas sembradas y los banquitos de hormigón vacíos. «Es un buen barrio. Gente trabajadora y humilde. Lo que ocurre es que aquí se ha dejado notar mucho la crisis. Pregúntale a cualquiera del barrio, verás como te lo corrobora.
Rocío y Manuela llevan ya un buen tiempo currando en la panadería Gibalbín. «El negocio es de unos hermanos que son de Gibalbín. De ahí el nombre. Pero no es la única, tenemos siete en Jerez y también en El Puerto, Sanlúcar. vamos que somos una cadena», asegura. El pan tiene buena pinta. Recién tostado del horno y preparado para servirlo. Y por las tardes, un buen puñado de pasteles para el café vespertino. «Se vende porque del pan no podemos prescindir. Pero las ventas han bajado en estos últimos meses», comenta Rocío.
Al fondo hay un parque que sube desde la zona de Vallesequillo II hasta la Fraternidad. Árboles y caminos que se entrecruzan por senderos para un buen paseo. Al fondo se puede ver el colegio García Lorca y justo al lado la barriada de San Telmo Nuevo que es como una réplica de La Granja pero en la Zona Sur de la ciudad. En el pequeño parque está sentado Carlos Naranjo. «Bueno, ahora la cosa está bastante mal y eso se ha notado en el barrio. Aquí había mucha gente trabajando en la construcción y ahora se ven abocados al paro. Es más, se ve que cada vez hay más pisos desahuciados por los bancos. Carlos nos habla de la caída del sol desde la perspectiva de la calle. Son los contrastes de la vida.
La fruta de Paco
Paco es el decano del barrio. Está en la esquina de la plazoleta montando, como cada día, su puesto de frutas. Lleva nada menos que 23 años trabajando diariamente en La Fraternidad. Él sí que sabe del barrio. «Qué te voy a decir. Llevo más de veinte años ganándome la vida aquí; así que sólo te puedo contar cosas positivas. Es una zona muy buena. Ahora estamos pasando un mal momento, pero bueno todo se reflotará. Digo yo, vamos...» y deja la frase en el aire. Paco y su señora cada día atienden a las familias y vecinos que acuden a su establecimiento de alimentación.
En la esquina de la calle Fraternidad está la avenida de La Libertad. «Los coches no paran de pasar desde que comenzó la obra de Ronda Muleros. Colas, retenciones y atascos. Esto una locura», asegura uno de los vecinos. Lo dice recostado en el mostrador del bar Kiko, justo en esta esquina. Se toma un tinto de verano y se pone el mundo por montera. Decir Kiko es decir, en cierta forma, el corazón de la Fraternidad. «Aquí estamos para lo que haga falta. Recogemos una bombona si una vecina no está en casa, guardamos la correspondencia si hace falta y si se llama a un taxi, siempre se queda en el bar Kiko. Es el auténtico pulmón del barrio», asegura Kiko.
En el bar hay un tablón de corcho donde los vecinos van dejando determinados mensajes. Antonio, del bloque 3, vende su coche, Antonia, del número 12, se ofrece a hacer trabajo de costura para la calle. «Y las fotos son de los niños que van naciendo», comenta Kiko.
Menos clientela
El bar de Kiko es el termómetro del barrio. Cada mañana, hermosas tostadas cabalgan por detrás mostrador para el grupito de madres tras dejar a los pequeños en el colegio. «Antes la cosa era distinta. Aquí los viernes por la tardes venía muchos contratistas a pagar a los obreros de la construcción. Ahora viene el contratista con su hijo, que son los únicos que trabajan en la empresa, se toman una cerveza y hasta luego, Lucas», explica. Sin duda los tiempos han cambiado.
Kiko es el termómetro de la calle Fraternidad. Un lugar que se ha visto abocado a sufrir los dolores de la crisis de forma especial. Un barrio sencillo de gente trabajadora. Con encanto, qué duda cabe. Todo rincón jerezano, por poco que parezca, tiene derecho a su artículo. Al menos, en este caso, alegrará las penas.