CRÓNICA TAURINA

Muy a gusto Aparicio

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Con ángel y genio toreó Aparicio. Muy inspirada y primorosamente Manolo Sánchez. Con lógica, inteligencia, recursos y alegría El Cordobés Díaz. Embistieron a modo y con estilo propio dos toros de una preciosa corrida de Parladé: el tercero y el cuarto. Se dejaron bien otros tres, sólo que del segundo y del quinto hubo que tirar casi a pulso y a pelo; no tanto del primero, que tuvo un puntito cobardón. No contó en tan cumplida fiesta un sexto retinto que galopó con tan brío que, si no llegan a reclamarlo, salta barrera, rompe puertas y se planta en la calle de Pignatelli. Tal fue el galope. Por esa primera carrera se le fue, sin embargo, al toro el gas entero. Al quinto muletazo se echó. Hubo que cortar.

El parte de bajas del Pilar este año se ha precipitado en sentido contrario. Se cayeron o acaban de caer después de anunciados pero antes de venir cuatro matadores: Miguel Tendero, Luque, Castella y El Cid. No todas las razones han parecido igual de convincentes. En la corrida de Parladé, golosa de partida, estaban puestos Tendero y Luque. Por ellos entraron Aparicio y Manolo Sánchez. ¿Ganó o perdió el cartel? Ganó en solera lo que perdería en ganas de morder o novedad. Al cabo de diecinueve temporadas de matador de alternativa, El Cordobés era tercero de terna. Pero no fue tarde de viejas glorias. En primer lugar, porque el cuajo y el remate de la corrida de Parladé no fue ninguna broma. Y, luego, porque Aparicio estuvo tocando la tecla de la inspiración en cada movimiento, casi en cada muletazo y en cada lance. Porque Manolo Sánchez dio más que mimoso trato a sus dos toros y a los dos los templó con formidable cadencia en faenas que tuvieron eco de tentadero pero también calado de toreo caro por su dibujo, su encaje y su firmeza. Y porque el mismísimo Cordobés tan heterodoxo supo calibrar las revestidas dimensiones del nuevo cartel y, fino de olfato, renunció deliberadamente al toreo populista que tan bien domina y toreó con sentido y templada cordura. El ambiente le era del todo propicio.

Estaba su gente en mayoría. Y El Cordobés pegó sus rodillazos, y buenos, dejó muletazos de buen son, a pies juntos se templó por la mano izquierda, midió con listeza de veterano las fuerzas y querencias del toro, y a todos dejó contentos con su saber hacer y estar. Más calidades pusieron en juego Aparicio y Manolo Sánchez.

Aparicio se hizo presente con seis garbosos lances de saludo al primero. Un garbo no recompuesto sino naturalmente desordenado, que luego fue signo de una faena irregular por todo: muletazos despegados y embraguetados dentro de una misma tanda, un par de desarmes pero cinco o seis genuinas gitanerías. Los muletazos de la igualada fueron extraordinarios. La estocada, muy sencilla. Apenas picado, claudicante, el noble segundo encontró consuelo en el pulso de Manolo Sánchez. En la paciencia de muletazos forzados pero tan suavecitos que parecían de filigrana. Soberbia la colocación del torero vallisoletano. Caída una estocada de ventaja. Aparicio toreó con pecho, cintura y brazos en un quite al tercero: dos verónicas, media y revolera de fantasía. Y dibujó ampulosamente, bien estirado, en los lances de recibo a un cuarto sardo de soberbia lámina. Una faena de pura sensibilidad, fluida, descargado Aparicio de hombros, airosísimo en las reuniones, perfecto el juego de brazos. La marchosería natural. Otra estocada de insuperable tino: el toro llevaba la espada dentro antes de alcanzar el vuelo del engaño. Encogido, el quinto se portó de bravucón en el caballo, hizo hilo en banderillas, enterró un pitón, claudicó, llegó a desparramarse después de banderillas. Pero lo convenció Manolo Sánchez. Mimo ahora superlativo. Como la firmeza del torero en la cara del toro, a un palmo, encima pero sin ahogar, como si sujetara por el cuello al toro para tenerlo en pie y moverlo, y traerlo en templadas madejas de muy calmoso hilván. Lindo el trazo de los muletazos a cámara lenta, que en cascada tuvieron ligazón.