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Sociedad

Bienvenidos al lado oscuro

Góticos y emos lideran una nueva ola de tribus urbanas, más sombrías y tenebrosas que nunca

DANIEL PÉREZ
CÁDIZActualizado:

El día de la gran cita, Irene desplegó sobre la colcha sus mejores galas: un traje negro -tétrico y escotado- de vampiresa, dos brazaletes de pinchos, unos guantes de rejilla y una collera de pendientes en forma de cruz invertida. Descartó el corsé de cuero, por incómodo, pero limpió a conciencia las botas Dare, con sus hebillas relucientes y sus pesados tacones de goma. Después se maquilló con una base gruesa de marfil y se marcó las ojeras con rimel. El efecto dark definitivo lo consiguió con los ojos ahumados en kolh, los labios pintados de ébano y las uñas, largas y puntiagudas, esmaltadas al estilo vamp. «Estoy perfecta», se dijo, tan pálida y tan lúgubre, mientras postureaba delante del espejo. No iba a un entierro, no, ni a un encuentro de jóvenes adoradores de Satán. Iba a la boda de su hermana.

Irene Alcedo se viste así, en primer lugar, porque le da la gana. Tiene 16 años, los suficientes como para argumentar que su afición al mundo oscuro es «una elección personal» que no admite «órdenes familiares» y que pasa «tres kilos del debate público». «Soy gótica», insiste, orgullosa de su opción, segura de que defiende «algo más importante que una moda pasajera»; algo que supera la idea de movimiento estético, y que incluso va más allá del viejo concepto -acuñado en los 70- de colective tendence.

Oscuros

A pesar de su apariencia, los góticos (como los emos), no han vivido estas últimas décadas escondidos en catacumbas medievales. Pero la fidelidad de las hijas de Zapatero a esta suerte de filosofía contracultural les ha reportado un súbito tirón mediático. Junto con skaters, floggers o dancers, forman parte de las nuevas tribus que están redefiniendo la jungla urbana.

A finales de los 70, el punk más decadente se reinventó en un pequeño pub londinense, el mítico The Batcave. Los dueños del local, de inclinaciones místicas, mezclaban el estruendo de las guitarras de grupos como Stooges o New York Dolls con sonidos melancólicos (coros eclesiásticos, canto gregoriano, etc..). Los clientes comenzaron a imitar los modos de la aristocracia europea de los siglos XII, XIII y XIV, pero, sobre todo, se impregnaron de su peculiar doctrina existencial: la época gótica es una época de ensueños, de perspectivas espirituales, de contrastes, y de una fe ciega en las posibilidades de la vida ultraterrena: «Se nace para saber morir y la vida viene a ser como el reverso de la eternidad», escribió Vogelweide, uno de sus ideólogos originales.

Fue una edad materialista y divina a la vez, donde convivieron los más desenfrenados goces terrenales junto a las más puras aspiraciones del corazón. Un cóctel irresistible para la desorientada juventud occidental de finales del siglo XX.

Durante los 90, la tendencia oscura saltó el charco, se entremezcló con el rock duro, y acabó volviendo a Europa de la mano de novelas, películas y series que idealizan lo esotérico, el oscurantismo, el vampirismo, o simplemente elogian la valentía de quien se atreve a vestir de negro en un mundo que castiga la tristeza. El fenómeno Crepúsculo (adolescentes cadavéricos e insomnes versionando a Romeo y Julieta) tiene mucho que ver con el áuge del rollo dark, aunque como explica Inés María García, «el modo de vida gótico es muy anterior». Vamos, que «la saga de Stephenie Meyer aprovechó el tirón, y no al revés».

Aunque no hay una conexión religiosa directa vinculada a la subcultura gótica, los símbolos cristianos han influido enormemente en la estética, las canciones y el arte visual. En particular, los accesorios del catolicismo juegan el principal rol de esta tendencia. Las razones de esa manera de vestir abarcan desde la expresión de una afiliación religiosa real a la sátira, o simplemente efecto decorativo. Sin embargo, no hay una norma inamovible. Muchos góticos buscan liberarse de lo que ven como las limitaciones de los sistemas tradicionales de creencias, y adoptan el laicismo, o un acercamiento al New Age y a su espiritualidad.

Inés María no entiende que tenga que defender su derecho a ir de luto, «cuando el telediario está lleno de motivos para eso y para más». Aunque nunca ha tenido «ni el más mínimo roce» con sus padres, admite que «hay momentos en los que una tiene que negociar, pero sin renunciar a expresarse».

Irene es aún más radical: «Lo de las hijas de Zapatero es una decisión propia, valiente, y hay que respetarla». Además, advierte: «Puede que seamos raros, pero no somos pocos. A nosotros también puede parecernos ridículo que haya millones de personas pendientes de la televisión para que les digan qué tienen que ponerse y qué no, pero sigue siendo una cuestión de cada uno». Aunque admite que «puede que dentro de unos años» no vaya a trabajar «de oscura», se niega a considerar lo gótico como «algo coyuntural». «Dentro de una década seremos más...»

Emos

De adjetivo (emotive), ha pasado a sustantivo. Para los emos, no hay nada más importante que «exteriorizar» sin complejos el estado anímico de cada momento, aunque, curiosamente, la mayor parte de las veces eso implica cierto look pesimista, una apariencia de ser emocionalmente inestable que se traduce en largos flequillos tras los que ocultar el rostro, maquillaje tétrico y ropa oscura. Es una extraña forma de contestación, ya que, como explica Luisa Mata (jerezana, de 15 años), «nuestra sociedad no permite que la gente exprese cómo se siente, porque el dolor de los demás es incómodo, da vergüenza». Esa autorepresión, según esta joven teórica del movimiento («no somos una tribu, creemos en la individualidad»), «provoca que la gente acabe con traumas, con enfermedades...». Así que «había que darle la vuelta al problema».

Si un emo está triste recurre a las camisetas ajustadas con motivos necrofílicos, pantalones pitillo, caravelas colgantes y lágrimas de henna. Pero «si siempre estuviéramos medio depresivos, iríamos al psicólogo», bromea Daniel Lagos, otro joven emo.

Cuando el interior acompaña, tiran de pañuelos blancos, camisetas de colores chillones con estrellas, chapas y corazones rojos... Entonces se despejan el rostro con colas o escandalosas crestas en diagonal. Las chicas apuestan por el morado o el verde y usan moñitos. «La vida no es siempre negra, pero tampoco de color de rosa», sentencia Lagos.

Otakus

Otaku, en japonés, significa obsesión. Obsesión por el manga, por los juegos de rol, por la música tecno, por un modus vivendi que encumbra el cómic nipón como catálogo indiscutible de tendencias. La primera generación Okatu creció con Heidi y Mazinger Z, flipó con Comando G y lo pasó fatal con la muerte del entrañable Maestro Tortuga de Dragon Ball. Para los seguidores actuales del manga, el género abarca un conjunto mucho más amplio de manifestaciones artísticas que se desarrollan tanto en la literatura gráfica como en la comunicación audiovisual, con ramificaciones hacia otras parcelas del ocio y la moda: videojuegos, artesanía, concursos de disfraces...

En cualquiera de los salones manga que pueblan la geografía española, es posible toparse con samurais, sacerdotisas guerreras, animales insólitos, robots parlantes, piratas espaciales, luchadores góticos y ninjas; Akiras que miran de reojo las piernas colegiales de Ami Mizuno (3.000 de coeficiente intelectual y poderes sobre el agua y la niebla), o monjes Miroku enfundados en extrañas corazas futuristas. Ahora se lleva el estilo de Nana Oosaki: falda corta y tableada, liguero indiscreto y medias rotas.

Pero la fiebre otaku ha superado ya los límites de estos encuentros multitudinarios, y cada vez es más frecuente toparse en la calle con chicos y chicas que lucen un indiscutible aire anime. Juan García, presidente de AniRaise en Cádiz, lo achaca a una progresiva «normalización» de lo que «antes se consideraba friki, pero ya es parte de nuestro entorno cotidiano».

Góticos, emos y okatus gaditanos tienen uno de sus puntos de encuentro en la tienda Talismán Gotich, regentada desde hace diez años por José Luis Barrios. «Unas modas van y otras vienen, pero por la edad de la clientela, me atrevería a decir que a los chicos del lado sombrío le queda cuerda para rato».

Que así sea. Y que la fuerza (aunque sea la oscura) les acompañe.

dperez@lavozdigital.es