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La playa desierta

IGNACIO MORENO BUSTAMANTE imoreno@lavozdigital.es
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A ndamos todo el día lamentándonos por lo mismo. La eterna carencia de esta ciudad: el suelo. En Cádiz no hay espacio para nada. Somos una especie de ínsula en la que cualquier proyecto se ve frenado por un problema de difícil solución. Si no hay suelo, no lo hay. Y no lo podemos inventar. Aunque en su día se hizo. La barriada de La Paz es un invento. Un relleno de tierra ganada al mar que si hoy se planteara, sería inviable. No ya por los ecologistas, que ponen el grito en el cielo por los pilares de un puente o por unos cuantos molinos de viento (aerogeneradores, según los técnicos; molinos, de toda la vida). Consideran que semejantes estructuras pueden cargarse tres o cuatro mojarras. Imagínese la que formarían si se pretendieran llenar de arena un par de kilómetros cuadrados entre Cortadura y Torregorda. Pero verdes al margen, los rellenos son inviables por el dineral que costarían.

Descartado, pues, el inventar más tierra, hay que apañarse con la que hay. Lo cual genera no pocos dolores de cabeza a los rectores municipales. Si queremos un hospital nuevo, hay que apropiarse de los terrenos que antes se dedicaban a la industria aeronáutica. Si queremos un barrio nuevo, con El Corte Inglés incluido, hay que robarle sitio a la industria naval. Si queremos que empresas modernas se instalen en la ciudad, hay que cargarse todas las zarrapastrosas naves de Zona Franca e ir construyendo otros edificios. Si queremos un estadio de fútbol digno, hay que hacerlo sobre el que ya tenemos, por fases. Primero una grada, luego otra, después la tercera y esperemos que algún día se haga la cuarta y última.

Obviamente, con esta escasez de espacio, hay que priorizar y planificar muy bien qué se va a hacer en cada sitio. Las necesidades básicas son las primeras a cubrir y en las que hay que emplear más suelo (vivienda, hospital, comercio que genere empleo, administración). Lo del estadio es una excepción: da muchos votos todo lo que tenga que ver con mimar al Cádiz C. F, bien lo sabe Antonio Muñoz.

Y claro, ante esta tesitura, lo lúdico, el entretenimiento, la diversión, queda en un segundo plano. Lo primero es tener un techo, un pan que llevarse a la boca y salud. Lógico. De ahí que en esta ciudad apenas haya salas de cine, un puñetero centro comercial, un puñetero centro multiusos para espectáculos. Teatro Falla -con una programación de dudosa calidad-, Estadio Carranza -a cuyo inquilino entregamos todo nuestro amor a cambio de un fútbol regulín nada más- y pare usted de contar. Divertirse en Cádiz es, hoy por hoy, misión casi imposible.

Sin embargo, por increíble que parezca, nos olvidamos de algo en lo que, por cercano, no reparamos: la playa. Sí la playa. Kilómetros de arena a los que, de octubre a mayo, no sacamos el menor rendimiento. Lo ha dicho esta semana Marisa de las Cuevas, concejala socialista, en una de las pocas propuestas interesantes de la casi inexistente oposición de esta ciudad. Hay que explotar la playa. Aprovecharla más. Y no hablo de barbacoas nocturnas y pringosas, sino de dotarla de equipamientos para poder bajar los fines de semana en invierno. Para que los gaditanos (sí, y las gaditanas) puedan utilizarla durante todo el año. Mantener los chiringuitos, que Costas ya deja si son desmontables. Instalar vestuarios o módulos para que los jóvenes puedan hacer deporte con marea baja. Cuántos partidos no habremos jugado en tiempos más mozos un sábado de noviembre por la mañana con dos jerseys haciendo de portería. Pues pongamos porterías de verdad. Y un sitio para aeróbic, por ejemplo. Y habilitar zonas infantiles. Cabe de todo. Es enorme.

Hay que concienciar a los que mandan de que la playa no es sólo para tomar el sol en verano. Se puede y se debe aprovechar mucho más. Es casi obligatorio en un lugar geográficamente tan peculiar como este. Que los domingos por la mañana no todo va a ser ir al Parque Genovés a dar de comer a los patos.