El «inmerecido» Nobel de Obama
El presidente estadounidense elude el protagonismo y
CORRESPONSAL. NUEVA YORK Actualizado: Guardar«Wow!», fue la escueta respuesta del portavoz de la Casa Blanca Robert Gibbs cuando un reportero de la CBS le comunicó la noticia por e-mail. Eran las 5.45 horas. El flamante Premio Nobel de la Paz dormía plácidamente en la Casa Blanca, sin saber siquiera que había sido nominado doce días después de asumir la presidencia.
«Dejadme ser claro», dijo después Barack Obama. «No lo veo como un reconocimiento de mis propios logros, sino como una afirmación del liderazgo estadounidense en nombre de las aspiraciones que tienen los pueblos de todas las naciones», continuó. «Para ser honestos, no creo que merezca estar en compañía de tantas figuras transformadoras que han sido honradas con este galardón», reconoció. La única explicación que encuentra es que el comité se lo haya otorgado «no para rendir homenaje a determinados méritos, sino para dar un impulso al ramillete de causas» que él propugna, por lo que ha decidido aceptarlo «como una llamada a la acción».
En la Casa Blanca nadie quiso despertarlo hasta que tuvieron claro que «hoy no es el Día de los Inocentes, ¿verdad?», se preguntaron sus asesores en voz alta, según la cadena ABC. Poco después la pregunta que se hizo todo Washington, según Associated Press, es «¿por qué?». Los Nobel de su partido a los que la prensa asaltó en busca de una explicación tuvieron que llenarlo de contenido. «Es una rotunda declaración del apoyo internacional a su visión y compromiso», dijo el ex presidente Jimmy Carter, que lo recibió veintiún años después de abandonar la Casa Blanca.
El ex vicepresidente Al Gore, apostol de la ecología, aseguró que es un premio «extremadamente bien merecido» porque lo que ha logrado ya será bastante más apreciado a ojos de la historia. Presionado al respecto, Gore mencionó la rotunda prohibición de la tortura con que Obama inauguró su presidencia, la renuncia a los escudos antimisiles en Europa del Este que enfrentaban al mundo con Rusia y el reciente discurso en Naciones Unidas en el que pidió la abolición de todas las armas atómicas y un frente común para luchar contra las ambiciones nucleares de países como Irán.
Tenían que darse prisa para contrarrestar la sorpresa de su propio país y calmar la indignación del Partido Republicano, que no entendía por qué los últimos tres Nobel de la Paz que ha recibido EE UU recayeron sobre demócratas (Obama, Gore, Carter) «y nunca a Reagan», repetían escandalizados los reporteros de Fox. Para el ala conservadora, Reagan fue el artífice de la caída del muro de Berlín. Mérito que obviamente el mundo no ve con los mismos ojos.
Republicano infame
Ninguno mencionaba un republicano infame que está en la galería de Nobel de la Paz: Henry Kissinger, ex secretario de Estado con Richard Nixon, que entre sombras promovió la guerra y sin embargo se atribuyó la paz en Vietnam.
John McCain, ex rival de Obama, hizo gala de nobleza en medio de tanta crispación al sentirse orgullosos de que un presidente estadounidense reciba tal honor, pero los halcones de su formación pedían incluso que declinase el premio. «La verdadera pregunta que se hacen los estadounidense es qué ha hecho en realidad Obama para merecerlo. Es desafortunado que su aura de estrella haya opacado a incansables defensores que han hecho verdaderos progresos por la paz y los derechos humanos», dijo el presidente del Partido Republicano, Michael Steele.
Los conservadores auguraban que este premio enrarecerá aún más el ambiente político del país, pero en el fondo los demócratas suspiraban de alivio. Después de dilapidar su capital político a nivel interno con la reforma sanitaria y de perder su tirón internacional al no lograr que Chicago lograse los Juegos Olímpicos de 2016, el Nobel de la Paz es un inesperado premio que servirá de balón de oxígeno.