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OBAMA, NUEVO PREMIO NOBEL

Un galardón polémico

El reconocimiento llega rodeado de escepticismo, pero lejos de las

ANJE RIBERA MIKEL AYESTARÁN
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Tras conocer que Barack Obama había sido galardonado con el Nobel de la Paz uno de mis compañeros no pudo reprimirse: «Si se convierte al catolicismo, que tiemble Benedicto XVI porque también le elegirán Papa». Porque el presidente estadounidense parece no cansarse de hacer historia. Y tampoco de sorprender, porque insólito fue asimismo que el comité noruego premiara finalmente la candidatura del afroamericano.

El mundo recibió la noticia también con cierto escepticismo. ¿Por qué a Obama? ¿Qué ha hecho para merecerlo en su corta trayectoria? Preguntas obligadas. La nota oficial elogia el «nuevo clima» sin mencionar logros concretos. Habla de «sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos». Relata sus esfuerzos «para que la diplomacia multilateral recupere su posición central y devolver a Naciones Unidas y otras instituciones internacionales su papel protagonista».

El primer ministro del país escandinavo, Jens Stoltemberg, fue el primero en sembrar la semilla de la duda al afirmar que «queda por ver si tiene éxito con la reconciliación, la paz y el desarme nuclear». Y tras él llegaron otros recelos, eso sí, casi todos tenues. «Aunque tiene el mérito de hablar de paz en el país más conflictivo del planeta, el Nobel es prematuro», explicó ayer un analista en un foro internacional celebrado en Oslo con motivo del galardón. En ese escenario también surgió una teoría: el comité Nobel quiere comprometer moralmente a Obama -el tercer presidente estadounidense en activo reconocido con el galardón tras Theodore Roosevelt y Thomas Woodrow Wilson- en la materialización de sus buenas intenciones en hechos concretos a favor de la paz.

La polémica está servida. Como en muchas de las decisiones de años precedentes, porque la trayectoria del Comité Nobel de la Paz es la historia de un conflicto. Los vaivenes de la política internacional obligaron en el pasado a algunas decisiones que ahora se quieren olvidar.

El caso más irascible se situó en 1973, cuando se optó por galardonar conjuntamente al entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y al miembro del politburó vietnamita Le Duc Tho por sus esfuerzos en aras de una paz que, no obstante, tardó dos años más en llegar. Le Duc Tho, avergonzado, rechazó el premio. Kissinger se llevó los diez millones de coronas, la medalla de oro y el diploma.

Golpe en Chile

El escándalo fue mayúsculo porque Kissinger también estaba involucrado por aquellas fechas en el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en Chile y detrás de todas las dictaduras militares de América Latina. La Unesco pidió años más tarde que la Fundación Nobel retirada el premio al estadounidense argumentando que un acusado de violación de derechos humanos no puede ostentar tan preciada distinción.

Once años más tarde se desataron nuevas controversias al reconocer Oslo la labor de Simon Peres, Isaac Rabin y Yaser Arafat por su labor pacificadora en Oriente Próximo. El primero ha participado en numerosos gobiernos hebreos, cada cual más belicoso; el segundo fue asesinado por un extremista israelí y el palestino entramó su carrera con el terrorismo. Y, aunque la lista de candidatos sin premio no se conoce hasta cincuenta años después de concederse, se sabe también que Hitler y Stalin asimismo estuvieron entre las opciones.

Algunas «inclinaciones» del comité noruego han chocado con el propósito del industrial sueco Alfred Nobel, quien, tras inventar la nitroglicerina y enriquecerse con ella gracias a la tendencia de la humanidad a matarse en contiendas más o menos declaradas, pretendió limpiar su conciencia con recompensas a aquellos que dedicaron su vida a combatir los efectos nocivos del invento del científico escandinavo.

El comité de cinco notables elegido por el Parlamento noruego (Storting) cree que con Obama apuesta sobre seguro y jamás tendrá que arrepentirse. Mientras, ahora, el presidente estadounidense parece que va a por el Óscar.

Un terrorista al volante de un vehículo cargado con más de cien kilos de explosivo acabó ayer con la vida de al menos 49 personas y causó heridas a otras cien, algunas de ellas muy graves, en la ciudad paquistaní de Peshawar.

El coche bomba explotó cuando uno de los minibuses del servicio urbano pasaba a su lado, en una zona muy concurrida próxima a un mercado, lo que convirtió el ataque en el más sangriento registrado en Paquistán en los últimos siete meses. Otro kamikaze mató a 57 personas, tras inmolarse en el interior de una mezquita repleta de fieles, en la región tribal de Khyber.

Fue el sexto atentado de la ciudad en los últimos cuatro meses y los medios paquistaníes lo engloban dentro de la venganza de la insurgencia por el asesinato de su líder, Baitulá Mehsud, tras un ataque con misiles de los aviones no tripulados estadounidenses.