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Echando una mano
Actualizado: GuardarHay días en los que no vendría mal que alguien nos echara una mano, ya sea «porque viene mi novio a verme», que cantaba la Niña Pastori, ya sea porque vamos por la vida huérfanos de afectos y de buenas intenciones. Hay días en los que una mano representa la corazonada de todo un país y días en los que una mano del Millonario aparece flotando en una playa y vuelve loca a la Guardia Civil. La mano seccionada que lucía un reloj y que invitaba a buscar el resto del cuerpo en las aguas de Chipiona no fue menos que la corazonada de Gallardón, un despiste, un descuido, una broma de mal gusto. «A la espera de los resultados» -que es como estamos siempre- se dispararon las hipótesis, y antes de que llegaran las pruebas de ADN se descubrió que la mano era de latex rellena de chopped y que pertenecía al rodaje de un thriller de zombies en la Bahía. Otro chasco, como si no tuviéramos bastante con nuestros fantasmas.
Festival VivAmérica
Menos mal que a veces las manos también sirven para tender puentes -he dicho tender, no hacer puentes- entre culturas. Es algo que lleva el Ayuntamiento intentando desde que descubrió esto de los hermanamientos y desde que los Bicentenarios se nos colaron en el calendario y nos acechan a la vuelta de cada esquina. De vez en cuando, le sale bien, todo hay que decirlo. Desde el pasado miércoles estamos asistiendo al Festival VivAmérica que este año se celebra simultáneamente en Madrid, Bogotá, Santo Domingo y Cádiz con la voluntad de fortalecer los lazos históricos que nos unen con Hispanoamérica. Un festival que nació hace apenas tres años gracias al esfuerzo de un grupo de inmigrantes hispanoamericanos, pero que ha crecido pronto y goza de buena salud. Teatro, música, conciertos, cine, batucada, capoeira y hasta el grupo de mariachis Garibaldi vienen a recordarnos que, a pesar de la distancia, nunca estuvimos tan cerca.
La cifra de la nostalgia
Una iniciativa interesante que cuenta, además, con la mano que nos ha echado Rodolfo Moreno Garayzar -sí, sí, el del Mesón Criollo- convertido en embajador honorario de su Cosquín natal. Nos ha echado una mano, sí. Una mano abierta y una sonrisa de oreja a oreja, que es como Rodolfo recibe a sus clientes en ese rincón argentino de la calle de la Palma en el que nunca hay prisa, en el que siempre están garantizadas la buena comida y la conversación, y donde siempre está el recuerdo de su Córdoba natal ya casi convertida en paisaje sentimental, porque si veinte años no es nada, que decía Gardel, para Rodolfo y su extensísima familia son la cifra de la nostalgia. Una nostalgia que le ha llevado a implicarse más allá de lo que se esperaba de un hostelero y a traer hasta Cádiz una representación del Festival Nacional de Folclore de Cosquín que el próximo lunes actuará en el Teatro Falla. Con casi cincuenta años, el Festival de Cosquín sigue teniendo intactos sus principios, proyectar el nombre de Cosquín hacia el exterior con el fin de promover el turismo e incentivar la economía del lugar -¿les suena?- Laureano Moreno, el abuelo de Rodolfo -ya saben, el marido de la Abuela Elfrides de San Agustín- un granadino emigrante a Argentina, fue uno de los precursores del festival que ahora sus nietos traen hasta Cádiz, la ciudad que los ha ido acogiendo de forma escalonada y a la que le han ido enseñado que la mejor provoleta de la ciudad se come en el Mesón de las Américas y que las empanadas criollas no tienen nada que envidiarle a las del gallego de la Catedral. Dice Rodolfo que la historia se repite. «Antes fue un inmigrante español radicado en suelo argentino, con sus ilusiones en su nueva tierra, colaborando en el festival. Ahora soy yo, un inmigrante argentino radicado en suelo español, con las mismas ilusiones en su nueva tierra, colaborando para que el festival pueda conocerse en la ciudad que hoy vivo» y lo dice sabiendo que una mano abierta abre más puertas que un puño apretado, sabiendo que la vida no es más que una sucesión de manos que se estrechan y que trabajan en una misma dirección.
Ciudad cultural
Son las manos que nos hacen falta. Las manos que de forma desinteresada se implican con esta ciudad en la construcción del imaginario colectivo que pretendemos ofrecer. Una ciudad cultural -¡ay!- abierta al mundo. Manos como las de Rodolfo, Claudio, Fabiana, Daniel, Fabián y la abuela Elfrides que el próximo lunes desde el Falla tendrá un recuerdo para Laureano, para que sepa, que «su festival ya está en la tierra que lo vio nacer».