Philip Roth. Adonis.
Sociedad

La canción triste de los eternos favoritos

Un puñado de autores de gran calidad e influencia ve cómo año tras año la Academia los posterga en beneficio de semidesconocidos

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¿Qué une a Carlos Fuentes, Philip Roth, Adonis, Assia Djebar, Joyce Carol Oates, Margaret Atwood y Mario Vargas Llosa, además de su profesión de escritores? Que todos ellos han adquirido el carácter de candidatos eternos al Nobel. Candidatos preferentes, de esos que cada año fuentes próximas a la Academia sueca citan como grandes favoritos, para octubre tras octubre ver cómo otros nombres de menor fama y con frecuencia sin tan grandes méritos literarios terminan por alzarse con el galardón.

La tradición de dar la espalda a algunos grandes de la literatura se remonta al primer año que se concedió el Nobel. En 1901, cuando se formó el jurado, León Tolstói, que tenía ya 73 años, era el gran patriarca de las letras. Había escrito monumentos literarios de las dimensiones de Guerra y paz, Anna Karenina y Resurrección. Pero la Academia premió a Sully Prudhomme, un autor que si en aquel comienzo de siglo no tenía gran relevancia pocas décadas después había quedado sumido en el absoluto olvido. El jurado tuvo aún nueve oportunidades más de premiar a Tolstói (murió a finales de 1910), pero optó por autores como Eucken, Echegaray, Carducci, Mommsen... que hoy son, como mucho, una nota a pie de página en los manuales de Literatura.

Desde hace más de una década, Roth es la figura más imponente de la literatura anglosajona. Ha recibido numerosos premios, ha influido como ningún otro en las letras de su tiempo y de manera simultánea ha conseguido tener una gran difusión en todo el mundo. Pero siempre se queda a las puertas. A veces frente a figuras como Elfriede Jelineck, premiada en 2004 en una de las decisiones más descabelladas que han tomado en Estocolmo.

Roth es sólo uno más de la larga lista de autores a los que muchos cuelgan el sambenito de eternos favoritos que nunca ganarán el Nobel. Otro es Mario Vargas Llosa. Hay quien dice que su defensa a ultranza del liberalismo le ha supuesto el veto del jurado. No debería ser así, porque la Academia presume siempre de no tomar en consideración las circunstancias políticas. Sin embargo, a estas alturas se sabe que Borges se quedó sin premio en el último minuto en el año 1976 por motivos estrictamente ideológicos. Aquel verano, Borges era ya un Nobel virtual, a la espera de que un jueves de octubre se anunciara de manera oficial. Uno de esos galardonados irreprochables. Pero el argentino cometió la torpeza de aceptar a finales de septiembre un doctorado Honoris Causa de manos de Augusto Pinochet, a quien calificó de «excelente persona». Al parecer, Artur Lundkvist, miembro de la Academia de conocida ideología izquierdista y gran conocedor de la literatura hispana, convenció a sus compañeros de que nunca podrían distinguir al autor de El aleph. El premio recayó en otro de los grandes: Saul Bellow.

En algunas ocasiones -y este año podría ser una de ellas- ni siquiera los especialistas son capaces de deducir las intenciones de la Academia. En teoría, ésta debería premiar a alguien de excelente trayectoria y que ejerza una gran influencia sobre la literatura de su tiempo. O descubrir a una personalidad relevante de una cultura alejada. No pocos críticos se preguntaban ayer si la calidad de Herta Müller es superior a la de los favoritos.