El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, gesticula durante un acto de las juventudes de su partido. / AFP
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Berlusconi lanza su contraataque

Riesgo de ruptura institucional en Italia por las declaraciones del primer ministro, que afirma que el presidente no apoyó la ley de inmunidad

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Nada más saberse la revocación del Laudo Alfano el miércoles a media tarde por el Tribunal Constitucional italiano, en el país transalpino comenzaron a cruzarse apuestas sobre el futuro del primer ministro, Silvio Berlusconi, desposeído de su inmunidad por los jueces y que debería enfrentarse en breve a cuatro procesos por delitos relacionados con sobornos, corrupción y compra-venta irregular de derechos televisivos, Sin embargo, según fue pasando el día de ayer, y ante la reacción de Berlusconi y su Gobierno, los billetes de los que confiaban en una pronta caída del polémico dirigente fueron perdiendo valor en el mercado. La respuesta de Il Cavaliere a la sentencia del tribunal que tumbó su ley por no ajustarse a dos artículos de la Carta Magna italiana es un clásico de la estrategia militar: «La mejor defensa es un buen ataque».

La judicatura y el propio presidente de la República, Giorgio Napolitano, se convirtieron en los objetivos preferentes de una huida hacia delante tan impulsiva como personal que ha hecho asomar en el convulsionado país incluso el riesgo de fractura institucional. Adoptando los modos de los famosos que pululan por sus canales, Berlusconi llamó a varios de ellos en directo para acusar al jefe del Estado de no haber respaldado la ley que daba inmunidad tanto a ellos dos como a los presidentes de la Cámara de los Diputados y del Senado.

«Ha sido elegido por una mayoría de izquierdas que no tiene la mayoría en el país y tiene las raíces de su historia en la izquierda. Creo que incluso el último nombramiento de un magistrado de la corte demuestra de qué parte está», dijo el dirigente en alusión al pasado de Napolitano, que perteneció al Partido Comunista de Italia hasta 1991. En el programa de la RAI Porta a porta, Berlusconi argumentó que el jefe del Estado «garantizó con su firma que la ley sería aprobada por la consulta» del tribunal y, por ello, Napolitano debería haber presionado a los jueces. Particular percepción que le hizo concluir que el presidente del país no había hecho nada para evitar el rechazo de la ley por nueve votos contra seis.

La invitación de Berlusconi a que Napolitano hubiera roto la división de poderes y el riesgo de quiebra institucional hizo que el Quirinale respondiera con un comunicado oficial recordando que en Italia «todos saben» que el presidente «sólo está de parte de la Constitución, ejerciendo sus funciones con absoluta imparcialidad y un espíritu de leal colaboración institucional».

Embate contundente

El embate fue tan contundente que incluso Gianfranco Fini, presidente de la Cámara de los Diputados y miembro del mismo partido que el primer ministro, aunque prudentemente alejado desde hace tiempo del dirigente, recordó que el «incontestable derecho político a gobernar de Silvio Berlusconi» no puede «hacerle faltar a su preciso deber constitucional de respetar a la Corte Constitucional y al Jefe del Estado». Ayer, él mismo, junto al presidente de la Cámara Alta, Renato Schifani, fueron convocados al palacio presidencial para analizar la situación.

Incluso la esperanza de los que ponían todas sus fichas por ver la estampa de Berlusconi sentado en el banquillo de los acusados por alguno de sus casos se diluía según pasaban las horas. En el asunto del corrompimiento del abogado Mills, el proceso de apelación se reanuda hoy en Milán con nuevos jueces, y puesto que el delito prescribe el próximo mes de marzo, resulta improbable que haya sentencia. En cuanto al juicio de Mediaset, los delitos se han reducido y también puede que acabe prescribiendo.

Menos mal que está Silvio, el título de la canción electoral de su última campaña, se ha convertido en la oración de los conservadores y en la maldición de una oposición que prepara contra él nuevas movilizaciones para acabar con el protagonista del culebrón político italiano. ¿Continuará?