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Editorial

Duelo en Afganistán

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L a muerte ayer en la localidad afgana de Siah Washan del cabo Cristo Ancor Cabello, fallecido en la explosión de una mina anticarro que hirió también a cinco de sus compañeros, supone un luctuoso recordatorio del arriesgado papel que han asumido las tropas españolas por rescatar al país de la violencia y el fanatismo irreductible. Las investigaciones apuntan a que el artefacto había sido colocado sin destinatario concreto. Pero fuera cual fuera su intencionalidad, el hecho de que lograra cobrarse la vida de un soldado de apenas 25 años y con un hijo de meses subraya no sólo la incuestionable peligrosidad de un conflicto empantanado, justo cuando se cumple el octavo aniversario de la intervención estadounidense. También ha de reforzar la necesaria empatía del conjunto de la sociedad hacia la labor desarrollada por el contingente desplegado y hacia lo que está en juego allí, tan estrechamente vinculado a aquellos valores esenciales que configuran nuestra democracia y su salvaguarda frente al terrorismo global. Ese reconocimiento no debería aflorar únicamente cuando se producen bajas como la del joven cabo canario, sino que debería implicar una asunción comprometida por parte de la ciudadanía española de lo que significa integrar la misión internacional en Afganistán. Lo que implica, en primer lugar, que el Gobierno adopte en cada momento el discurso más claro y realista sobre la situación en el país, además de todas las medidas necesarias para garantizar en lo posible la protección de los soldados; y después, una actitud responsable por parte de todas las fuerzas políticas, que no aliente debates estériles más allá de las legítimas discrepancias.

El duelo en las tropas españolas y su coincidencia con el magro balance de los ocho años de intervención evidencian los límites a los que se enfrenta el objetivo, reiterado ayer por el secretario general de la OTAN, de afganizar la seguridad del país como requisito imprescindible para su progresiva institucionalización. La aseveración de los talibanes de que están preparados para una guerra larga refleja tal determinación en sus propósitos que contrasta de manera inquietante con el escepticismo en parte de los dirigentes y las opiniones públicas occidentales sobre el futuro de la operación, los recursos que tendrían que seguir movilizándose y sus posibilidades de éxito.