Sociedad

La verdad desnuda

Un libro recién publicado muestra cómo los artistas dejaron de escudarse en temas mitológicos para pintar con libertad el cuerpo femenino y a la mujer en sus asuntos cotidianos

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El género del desnudo femenino tiene cientos de años y a pesar de que pintores y escultores se han regodeado en las curvas y pliegues de la carne siempre ha habido una justificación para ver las figuras como una delicada representación de escenas mitológicas, o como un ejemplo de la virtuosa técnica del artista. Por razones religiosas y morales, esos cuadros ocultaron lo que también eran, representaciones de mujeres con una fuerte atracción erótica para los hombres.

Este es el planteamiento del catedrático de Historia del Arte Carlos Reyero, que acaba de publicar Desvestidas (Alianza). Reyero explica que el desnudo ha sido un tema sagrado por su clasicismo, una tradición a la que el artista debe enfrentarse para mostrar su valía, de modo que cualquier insinuación de erotismo se ha creído superficial e inconveniente. Pero algo sospechaban los guardianes de la moral sobre los efectos de estas imágenes, pues los desnudos del Museo Prado estuvieron en salas de acceso restringido entre 1827 y 1838. Sólo unos pocos podían disfrutarlas.

Las normas se fueron relajando y en ese mismo siglo XIX los «desnudos empezaron a sugerir lo que siempre habían sugerido», sostiene el experto. Reyero se centra en los artistas de finales de esa centuria y comienzos del XX, entre ellos Raimundo Madrazo, Gustavo de Maeztu, Ramón Casas, Francisco Iturrino, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Julio Romero de Torres y José Gutiérrez Solana. En tanto que realistas, se sentían atraídos por la belleza corporal y querían perpetuarla a través del arte.

El ritual del estudio

Todos ellos tenían al alcance referencias próximas como Gustave Courbet, que en 1866 había pintado un pubis femenino en primero plano titulado El origen del mundo. Para el francés, la pintura consistía en pintar las cosas tal como eran, en su expresión más completa. Con esta afirmación, provocativa en su tiempo, negaba las justificaciones simbólicas o mitológicas, de modo que aquel sexo que él pintó era simplemente eso, ni más ni menos.

La Olympia de Manet, pintada tres años antes, carece también de cualquier velo moralista, ya que la mujer que aparece en el histórico cuadro es una persona muy real, una prostituta. Precisamente las historiadoras feministas han criticado que el desnudo sea una proyección de la fantasía masculina, un género que obedece a la imaginación patriarcal. De hecho, los desnudos de hombres no existían en esa época, y aún hoy son más raros que corrientes.

Reyero recuerda que los espectadores de hace 150 años tenían un conocimiento bastante incompleto del físico femenino, diminuto en comparación a cualquier adolescente den hoy.

Por eso los pintores comenzaron a representar mujeres dormidas, pero desnudas, en el baño y después de bañarse, haciéndose la toilette, maquillándose: todas están desvestidas, y de aquí toma el autor el título para su obra. También los pintores del realismo, que en su mayoría tuvieron cierta influencia expresionista -como Zuloaga, Solana o incluso Romero de Torres-, se fijaron en las mujeres de la calle.

El autor se pregunta por la relación entre la modelo y el pintor en el estudio. En teoría, el artista no la tocaba, frenado por la sublimación intelectual del deseo promovida por la creación. Para el pintor, la relación con la modelo era parte de un ritual. Para ella, la situación era más prosaica. Muchas mujeres buscaron una actividad profesional posando para fotógrafos y pintores, sobre todo en París. El trabajo, según Reyero, no era de los mejores, pues incluía «posturas rebuscadas, horas intempestivas, estudio sucio y frío o sesiones tediosas».

Los pintores del siglo XIX se dieron cuenta de que los desnudos tenían éxito, como se mostró en el Salón de París de 1863. Tanto que, a propósito de unos cuadros de Cézanne, algunos críticos de la época detectaron en esa corriente una forma de pornografía blanda.

El desnudo nunca ha estado libre de sospecha. Todavía el año pasado retiraron del metro de Londres vetaron la publicidad de una exposición de Cranach, un pintor del siglo XVI, porque en ella se enseñaba un fragmento de su angelical Venus. Definitivamente, en la mirada está el pecado.