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ANÁLISIS

El mínimo y el máximo

GERMÁN CORONA
CÁDIZActualizado:

L a fama de La muerte y la doncella nos viene a la memoria gracias a la versión de esta obra de teatro que el controvertido y genial Polanski llevó al cine en el año 94 acompañado de los excelsos Ben Kingsley y Sigourney Weaver en el reparto. Aunque todas las comparaciones sean odiosas, intentarlo con una obra de este calado y con el precedente de la película en cuestión, no deja de ser un atrevimiento arriesgado; y en este caso, poco afortunado e inconsistente.

Tres personajes: un matrimonio bien avenido y un extraño, son los ingredientes para destapar el pasado inconfesable de sus protagonistas. La historia reúne fortuitamente a una víctima de torturas y violaciones y a su verdugo. Este reencuentro, cargado de un pasado traumático, oscuro y doloroso, supone una labor escénica contundente y ante todo planteada con profundidad. Con este panorama el reto es complicado, pues hay que dar soporte por un lado, a personajes con un hondo perfil psicológico y, por otro, se hace necesaria la credibilidad al trasfondo socio-político de la obra que nos muestra un país en transición que se recupera de las heridas sufridas tras una dictadura.

El nudo de conflictos que el texto propone transita por conceptos como la justicia y su aplicación en nuestra sociedad, la venganza, la moral, el miedo, la crueldad, la fidelidad, la ética, la verdad y un nutrido engranaje de temáticas que solidifican y dan peso a los personajes que habitan esta historia. Nos cuestiona inteligentemente además, sobre nuestros valores personales y sociales.

Hablando del montaje dirigido por Eduard Costa, el resultado es poco interesante y estéticamente no aporta nada. Por el contrario, peca por momentos de ciertas incongruencias espacio-temporales como un cielo azul durante toda la representación. Las interpretaciones de los tres ejecutantes son comedidas, correctas, frías, demasiado bien dichas para tratar cuestiones tan profundas. Hablar de cosas tan escabrosas y sórdidas en escena simplemente con la energía que cualquier actor debe poseer no es plausible en absoluto. Lo máximo hubiera sido ver un intento creativo ya fuese en la interpretación o en la dirección. Encarnar a un personaje son palabras mayores. Encarnar y hacer creíble una historia con las dosis idóneas de creatividad y talento es cosa sólo para algunos elegidos y, éste, no ha sido el caso.