Trabajadores cantan canciones revolucionarias en Nan Jie Cun. / AP
MUNDO

De Mao a la Luna

Nacida en 1949, superviviente de los excesos del Gran Timonel y agraciada por la apertura al capitalismo, Murong Xueyi refleja la historia de la China comunista

PEKÍN Actualizado: Guardar
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«El pueblo chino se ha puesto en pie». Con estas palabras, Mao Zedong fundaba en la plaza de Tiananmen la República Popular China el 1 de octubre de 1949. Poco después nacía en Zhenjiang (provincia de Jiangsu) Murong Xueyi, cuya vida resume las seis últimas décadas del gigante asiático. Del maoísmo feroz a su exitoso programa espacial, que prevé una misión tripulada a la Luna para 2017, el Gran Dragón ha pasado de ser una humilde nación de campesinos a erigirse como superpotencia gracias al crecimiento económico tras su apertura al capitalismo a finales de los setenta.

«Mi vida ha mejorado y ya no me preocupo por el futuro», explica Murong Xueyi, cuyos padres se unieron a la guerrilla comunista para acabar con la decadente China feudal. Los padres vivían junto a sus cinco hijos en casas compartidas con baños colectivos, comedores comunes y escuelas públicas. «Cantábamos himnos patrióticos ensalzando a Mao, padre de la patria y sol de la nación», recuerda Murong, quien pronto sufrió los planes del Gran Timonel.

«Durante el Gran Salto Adelante (1958-61), los estudiantes salíamos a buscar hierro. Aunque no sabíamos nada de fundiciones y quemábamos el metal en el patio de la escuela, cumplíamos las órdenes sin preguntar, así que no conseguimos acero de calidad», se lamenta la mujer, que sobrevivió a la hambruna que se cobró millones de vidas.

«La comida escaseaba y en las ciudades se redujeron las raciones de arroz», rememora Murong, quien estudió en un centro de Formación Profesional. «Pero las clases se suspendieron con la Revolución Cultural (1966-76) y sólo íbamos a mítines políticos y a los discursos de Mao en Tiananmen», desgrana la mujer, quien engrosó las legiones de guardias rojos, que protagonizaban unos denigrantes autos de fe donde castigaban en público a los contrarrevolucionarios para que confesaran sus pecados de clase burguesa.

En 1969 fue trasladada a una fábrica en Shaanxi, donde ganaba 40 yuanes al mes (4 euros). Poco después de la histórica visita del presidente de EE.UU., Richard Nixon, a China en 1972, allí conoció a Wu Xidong, un ingeniero con el que se casaría. «No nos besamos hasta la boda y sólo nos cogíamos de la mano cuando nadie nos veía», confiesa riendo delante de su hija de 27 años, que ha tenido varios novios extranjeros.

Precisamente, por ella tuvo que pagar el sueldo de un año cuando vino al mundo tras la instauración de la política del hijo único, ya que su primer vástago había nacido en 1975. «Al casarnos, la fábrica donde trabajábamos nos había dado la casa, pero éramos muy pobres y sólo teníamos cosas básicas, como un reloj, una bicicleta y una máquina de coser», indica Murong, quien se acuerda con nitidez del día que murió Mao: el 9 de septiembre de 1976.

Sin futuro

«Nos enteramos por la radio y rompimos a llorar porque pensábamos que no habría futuro sin él». Muy al contrario, su vida mejoró con la política de apertura y reforma ideada en 1978 por Deng Xiaoping, que encaminó a China hacia un capitalismo salvaje que ha sacado a millones de personas de la pobreza.

«En los ochenta compramos nuestra primera televisión, un aparato en blanco y negro de doce pulgadas con el que veíamos películas rusas», apunta la mujer. «En los ochenta dejamos de usar los cupones de comida y nuestros salarios pasaron de 80 a 800 yuanes (de 8 a 80 euros) en veinte años», calcula Murong, que ahora cobra una pensión de jubilación de 1.600 yuanes (160 euros) y vive en un bloque de Pekín.

Gracias a esta mejora, el matrimonio pagó la universidad de sus dos hijos, uno de los cuales trabaja en Japón como informático. «Nuestra vida ha prosperado porque hay orden, paz y unidad. No estamos preocupados por tener más opciones políticas y habrá Partido Comunista en el poder para rato», resume este ciudadano chino.