El secretario general del PP valenciano, Ricardo Costa, aplaude a Francisco Camps en una sesión de 'les Corts'. / REUTERS
ESPAÑA

Ricardo Costa, el secretario obediente

MADRID Actualizado: Guardar
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Ricardo Costa mamó la política con los primeros biberones y con treinta y pocos años llegó a ser número dos del partido en el que milita desde su más tierna infancia. Todavía adolescente, ingresó en Nuevas Generaciones donde ocupó todos los cargos y pisó el acelerador en la política autonómica como diputado en las Cortes, subido al caballo ganador del presidente de la Generalitat, en un peligroso circuito que le ha llevado, cuando menos, a un callejón sin salida que amenaza con quebrar prematuramente tan veloz carrera.

Miembro del clan Costa de Castellón, una familia emblemática de la burguesía local, al pequeño de los tres hermanos siempre se le vio como el patito feo de la saga, entre un padre que concurrió a las elecciones con las siglas de Coalición Democrática y ejerció como respetable delegado de Hacienda, una madre concejala y gran activista de las mujeres del PP y un hermano mayor que ha sido secretario de Estado y ministro.

Rich para los amigos, vivió marcado por la larga sombra que proyectaba su hermano Juan, que compitió directamente en la política nacional desde 1993. El benjamín de la saga tuvo que conformarse con el ámbito valenciano. Dejó la casa paterna para ir a Valencia a estudiar Económicas y Empresariales, se convirtió en asesor fiscal y se zambulló de lleno en la vida política de la capital, aunque nunca dejó de frecuentar el ámbito del clan familiar, los veraneos de Benicassim y el recurrente viaje estival en el Camino de Santiago.

Desapercibido

Siempre obediente, cumplidor y fiel servidor del jefe de turno, tomó como referencia a otros políticos también jóvenes pero de una generación anterior: Francisco Camps, Gerardo Camps y Esteban González Pons. Pasó desapercibido como portavoz adjunto del grupo parlamentario de Eduardo Zaplana y nunca llamó la atención, hasta que estalló la guerra civil en el PP valenciano. En el enfrentamiento entre zaplanistas y campistas, Ricardo lo tuvo claro: quería hacer su propia carrera política y llegar a la cumbre como miembro de la familia política que aglutinó Francisco Camps. A él le proporcionó siempre y en todo lugar la obediencia debida y la que no estaba obligado a prestar. Hizo méritos denodados y ninguna prueba le parecía suficiente para demostrar su lealtad al jefe mientras que el presidente saliente le tildaba de traidor.

Costa no conoció más límites que los que le marcaba el jefe, en un ejercicio de fe ciega propia. Sorprendió a todo el partido cuando, en estricta observancia de la pleitesía rendida al president, no dudó en enfrentarse públicamente a su hermano en vísperas del congreso nacional de Valencia, cuando acudió a llevarle a Rajoy los avales recabados por Paco a su candidatura. El gesto frenó en seco las pretensiones de Juan Costa, que sopesaba presentar una candidatura alternativa.

Si Ricardo es un calco de su hermano mayor en su increíble parecido físico y el deje de desgana con el que arrastra las palabras, de él también heredó el gusto por la ropa elegante, los trajes y camisas a medida y prendas de marca en atuendos de sport. Éste también es un punto de coincidencia con su mentor. Como él, gasta trabilla en los pantalones y pulserita con la bandera española. Pero no es ésa la única influencia. A fuer de identificarse con el president -al que todos sus colaboradores adoran como a un santo-, Costa ha quedado contagiado por su misticismo y ese halo incomprensible que emanan ambos cuando miran al cielo aunque hablen de asuntos terrenales.