CUARTO DE PALABRAS

Patrimonio inmaterial

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El efecto encantatorio de las palabras dieron a las pamplinas la denominación de origen de La Plaza Mina, y así seguirá en tanto no se descatalogue en nuestro «patrimonio inmaterial», expresión ésta harto pamplinosa que viene a ser como el I+D+i de la memoria, y si el I+D+i no deja de ser la evolución de la rueda de hace 5.000 años, no podemos achacar la pamplina a los fenicios, sino que estos debieron observarla ya en el modus vivendi del autóctono de aquestas islas océanas -fijo-. En éstas, leía el otro día, que «Mina ha sido el escenario de los recuerdos de generaciones enteras que identifican ese paisaje urbano con momentos personales» -prole de mi quinta que se enamoró en el templete. Y no se han divorciado. Curioso- y quise ponerme en el lugar de la generación de la ESO que bajo ese peaso farola isabelina pintarrajea con spray los bancos con signos de todo punto indescifrables (qué pamplina) para que el municipio los elimine y ellos lo incorporen a su patrimonio inmaterial... Quiero pensar que algún «Llésica, te quiero» ha caído entre tanta limpieza y alguien lo rememorará en el 50... Pero voy a volver la bola atrás y (templando la voz) arrancarme, «Son de piedra y no se nota, las murallitas de Cai». Si no se notaban, ¿pa qué carajo las tiraron...? Algo se notarían... el impacto visual (está mucho mejor con la verja. Y los contenedores). Así, metafóricamente, se puede decir que en Cádiz no ha habido tonto que no haya hecho un reloj (alguno hasta de flores). Y todo esto no hace sino engrandecer nuestro patrimonio inmaterial.

«Volverán los oscuros estorninos a tus árboles su intestino aflojar, pero aquel templete que quitaste, ese, no volverá... y déjate de pamplinas, que ahí había una estatua de Espoz y Mina» (Cultura, sic).

«Qué bastinazo, ¿dónde está la fundición que había sobre el teatro?». (Balbo, sic también).