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Campoamor y el voto femenino: la otra memoria

Rafael Zaragoza |Miembro del grupo de estudios de Historia Actual de la Universidad de Cádiz
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El día 1 de octubre de 1931 tuvo lugar la aprobación en el Parlamento, por primera vez en la Historia de España, del derecho de la mujer al voto. Un importantísimo avance democrático tantas veces anotado en estos últimos años en el haber de la izquierda. Pero las cosas no fueron exactamente así.

En realidad, los únicos enemigos del apoyo al voto femenino estuvieron en el centro republicano y en las izquierdas: diputados radicales, azañistas, radicales socialistas, una parte de los socialistas y significativos líderes del PSOE. Mientras que la derecha en pleno votó a favor.

Azaña se ausentó para no votar la moción; el líder del PSOE, Indalecio Prieto maniobró para que su grupo evitara su aprobación; la exaltada socialista y feminista, Margarita Nelken, –vinculada al terror del 36– se pronunció en contra. Pero fue Victoria Kent, radical socialista, y también feminista, la que tuvo el dudoso honor de enfrentarse a la auténtica valedora de los derechos femeninos, Clara Campoamor, la otra única mujer de la Cámara que además actuó en contra de la mayoría de su grupo, los radicales republicanos.

Pero, ¿por qué los progresistas adoptaron estas posiciones? Se dijo que el voto femenino haría peligrar el régimen republicano (para Prieto fue una puñalada trapera contra la República aunque el PSOE no dudaría en asaltarla en 1934, con 1.400 muertos como resultado). En la práctica las izquierdas temían el supuesto voto conservador femenino. Voto femenino sí pero cuando voten izquierdas, se venía a decir. Esa fue la base de las intervenciones de Victoria Kent, quien llegó a apelar a la escasa preparación de la mujer, olvidando el alto porcentaje de analfabetismo masculino. O la de Alvarez Buylla, el que sería ministro del Frente Popular, quien afirmó que la mujer era retardataria y retrógrada.

Menos presentable si cabe fueron las intervenciones fundamentadas en supuestas taras de la mujer. Es el caso de Novoa Santos, eminente médico patólogo de izquierdas quien llegó a proferir que «las mujeres son histéricas por naturaleza». O la de Ossorio Gallardo, –el que fuera abogado de Azaña en relación a la revolución de 1934–, sobre la curiosa base de que el sufragio femenino para las casadas podía ser una fuente de discordia doméstica.

Al final, la equiparación de derechos electorales para los ciudadanos de uno y otro sexo, fue aprobada por 161 votos a favor y 121 en contra. Aunque no todo acabó ahí. En diciembre, aprovechando la marcha de la derecha de las Cortes en protesta por la ley de Congregaciones, los azañistas presentaron una enmienda para privar a las mujeres del voto en las elecciones nacionales. Clara Campoamor vuelve a la batalla y consigue ganar contra todo pronóstico, con el apoyo de buena parte del PSOE y de los republicanos de derecha, por tan solo cuatro votos

Tras la sesión de octubre los principales intelectuales liberales criticaron la impostura de la izquierda anti-sufragista, entre ellos Marañón, Unamuno y Ortega y Gasset. Éstos, junto a Perez de Ayala, Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga, Pío Baroja y la propia Clara Campoamor tuvieron una evolución parecida: republicanos de primerísima hora, terminaron contrarios al devenir totalitario del sistema. Todos ellos huyeron ante la deriva que iba tomando España. La mayoría desde la España frentepopulista ante el temor a ser «paseados». Clara, en concreto, fue testigo en Madrid del terror miliciano del verano-otoño de 1936. Escribió al respecto un libro titulado La revolución española vista por una republicana, del que no me resisto a reproducir una de sus reflexiones que aclara resumidamente su posición: «(...) la división tan sencilla como falaz hecha por el gobierno entre fascistas y demócratas (...) no se corresponde con la verdad. La heterogénea composición de los grupos que constituyen cada uno de los bandos (...) demuestra que hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como antidemócratas en el bando gubernamental».

La inquina de la izquierda contra Clara Campoamor duró hasta su exilio. La acusaban de la derrota de 1933. Ella, se defendió por medio de un libro cuyo título lo dice todo: Mi pecado mortal: el voto femenino y yo, publicado en junio de 1936.