Mi nombre es Nadie
Actualizado:S é que conocen La Odisea. El cíclope, que quiere comerse a unos cuantos humanos, pregunta a Ulises su nombre y éste contesta: Nadie. Nadie lo cegará después de haberle emborrachado y haber permitido la huida de él y sus amigos. Cuando los cíclopes interrogan a Polifemo, preguntan «¿quién te ha cegado el ojo?» Y él responde que Nadie. Amigos, Nadie me mata con astucia y no con fuerza. Polifemo es el hombre primitivo que sólo tiene un ojo para mirar. Su visión carece de perspectiva y profundidad. Lo vence la inteligencia de Ulises, el hombre civilizado. En la isla de los cíclopes luchan dos estadios: lo primitivo y lo civilizado.
De La Odisea me fascina la forma en que se unen inteligencia y lenguaje frente a la caverna, o la manera en que ambas cualidades se ponen al servicio de la astucia. Para quien no lo sepa, Polifemo no llega a comerse a Ulises; tampoco a Nadie.
Dicho esto, les contaré algo personal. Cuando ayer estaba haciendo Protagonistas, en Punto Radio, me vi enzarzado en un farragoso mundo de corrupción y trampas: el caso Gürtel, la financiación de partidos, la recesión, las mentiras del Gobierno.
Todo caía sobre mis espaldas de periodista cuando reparé en el poco espacio que estaba dando al único suceso que merecía categoría de noticia. Para que lo sea ha de tener la prisa de la urgencia, el desorden de la alarma, la marca de lo novedoso y la fuerza de llegar al corazón de los demás. Supe que mi nombre era Nadie cuando no fui capaz de dedicar parte del programa al seísmo de Sumatra. Cuando reparé iban ya 500 muertos. En el momento en que usted me lee pueden ser el doble, o quizá más.
Consciente de mi error me puse en el lugar del otro. Alejado de la retórica informativa del día, me convertí en uno de los miles de seres humanos vivos o agonizantes bajo los escombros de edificios, hospitales y escuelas. Al ceder el testigo a Luis del Olmo tenía ceniza en mi boca. Mi trabajo podía ser bueno, pero era imperfecto. Volví a la caverna. Volví a ser un hombre con un solo ojo. Mi visión de relator no tuvo ni perspectiva ni profundidad. No supe manejar el lenguaje, ni mi inteligencia, ni mi decisión para contar a los oyentes lo que merecía ser contado. Una estaca humeante en mi único ojo me lo impedía.
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Por qué lo hacemos y por qué lo soportan las audiencias? Reparo en nuestros problemas que no lo son. Creo que huimos del dolor. Lo esquivamos, e incluso molesta aunque sea ajeno. Vuelvo a Homero. Y sé que mi nombre es Nadie. Y que Nadie debería firmar este artículo.