juegos olímpicos

Madrid baja las manos

Más de 5.000 personas acudieron a apoyar la candidatura pero abandonaron apenas 15 minutos después de conocerse la elección de Río

MADRID Actualizado: Guardar
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"Ya lo decía yo. Ha ganado el efecto del Lula ese". María Dolores, cincuenta y tantos años confesables, tenía claro el porqué de la victoria de Río de Janeiro. No albergaba ninguna duda, a pesar de reconocer que le hacía mucha ilusión ver "a todos esos deportistas por Madrid". Estaba acompañada por su madre y su hija.

Tarde de chicas. De compras. Habían cambiado el guión previsto cuando escucharon a unos chavales en Gran Vía que Madrid era finalista. Dejaron las multinacionales de la ropa para meterse en ese berenjenal y asistir a un "momento histórico". A pesar de los 29 grados que pegaban de lleno en el centro madrileño. Incluso se fotografiaron varias veces. "Vete a saber tú donde estaremos dentro de unos años", aseguraba media hora antes de comenzar la gala. Parecía que había frotado una bola mágica.

A las seis y media de la tarde, la plaza contigua al Palacio Real enmudeció. Las pantallas gigantes escupieron las primeras imágenes desde Copenhague. Del aire, desaparecieron las manos del logotipo que había repartido la organización; las de verdad estaban juntas en el pecho, entrelazadas con alguien o en los bolsillos. Los nervios se apoderaban de la muchedumbre, que silbó con ganas cuando se enteraron que faltaban 20 minutos para la elección; otra pitada se llevó el video de la candidatura carioca. Sólo una quincena de brasileños hicieron ondear sus banderas y gritar el nombre de su país con pasión.

Tras los silbidos llegó otra vez el nerviosismo. Jacques Rogge apareció en la imagen con el sobre, el maldito sobre que inundó de tristeza las calles madrileñas y de alegría las de Río. La quincena de brasileños saltaban, se abrazaban y reían. "Estamos muy contentos. Brasil está creciendo cada vez más. Esto y el Mundial de fútbol ", decía Ricardo, emocionado hasta la lágrima. Y eso que no es de Río, sino de Sao Paulo, la gran rival de la capital carioca, desde el fútbol hasta las finanzas. "No puedo decir más", se excusaba mientras decía 'obrigado' (gracias en portugués) a los pocos españoles que le daban la enhorabuena. A su lado, el paranaense Joane se mostraba convencido de que "Brasil va a cambiar una barbaridad". "Es nuestra hora", repetía sin descanso. Por un día los colores olímpicos perdieron su identidad. El verde brasileño se impuso. Con un 'até logo' (hasta luego) dejaron la plaza de Oriente. La fiesta iba a comenzar.