ANÁLISIS

Discurso de salvación

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L a peor semana de su vida. El discurso más importante de su mandato. El congreso del Partido Laborista más delicado desde los noventa. En los dos últimos años, Gordon Brown habrá leído esos titulares y otros similares un sinfín de veces. Solía decir uno de sus predecesores, Clement Attlee, que él no perdía el tiempo leyendo la prensa al margen de las noticias sobre cricket. Gordon Brown debe preguntarse si no sería inteligente seguir ese consejo de Attlee. Su semana ante el congreso empezó con una entrevista con la BBC en la que el periodista le preguntó si tiene fundamento el rumor de que toma pastillas antidepresivas. Visiblemente irritado, Brown le dijo que no, pero mucha gente lo habría comprendido si las tomase.

Según los sondeos, en estos dos últimos años el Partido Conservador ha llevado una ventaja de entre diez y quince puntos al Partido Laborista: para un primer ministro que tiene que convocar elecciones generales dentro de ocho meses, no son unos datos alentadores. Mientras Brown ha desempeñado un papel clave en el escenario internacional por su gestión de la crisis y su estrategia para rescatar al sistema financiero global, su popularidad entre el pueblo británico ha caído en picado. Después de casi trece años en el poder, el Gobierno socialista tiene pinta de ser ya una Administración gastada. La crisis está cobrando fuerza: el paro sube y los sueldos se mantienen estancados. Y Brown es un comunicador torpe, con muchos dentro del partido tramando en su contra.

Con su discurso de ayer ante los laboristas, ¿ha hecho lo suficiente el premier como para salvar su liderazgo y ganar las elecciones? Brown no es un orador carismático como lo era Tony Blair y tiene tendencia a ser demasiado seco, tratando a su público como si se encontrara en un seminario universitario. Ayer no. Apeló directamente a las emociones al comparar su humilde procedencia familiar con la de líder de los tories, que viene de un entorno muy privilegiado. Dijo que él y su partido representan a la mayoría, no a unos pocos, y se comprometió a trabajar para todos durante la crisis y no sólo para los ricos. A veces pareció un discurso casi churchilliano, como cuando se comprometió a luchar y volver a luchar para defender sus valores. Inspiró a los militantes. Pero un análisis racional sugiere que no será suficiente para ganar las próximas elecciones.