verdad verdadera
Actualizado: GuardarPravda Vítezí» (que traducido resulta «La verdad vence») es el lema de la República Checa. El Papa Ratzinger, en su visita a esta nación atea confesa (el 60% de su población se declara sin creencias religiosas), ha repetido hasta la saciedad la frase, apropiándose de ella para arrimar el ascua a su sardina. El Papa, como cabeza de la Iglesia Católica, no hace más que lo que se espera de él: dejar bien sentado que su verdad es la verdad. Mejor dicho -permítanme la corrección-, la Verdad, con letra grande.
No es para sorprenderse, claro. Toda religión que se precie se declara en posesión de la Verdad. Es un tema repetitivo y machacón. No otro fue el que llevó (el que lleva) a guerras santas y cruzadas sangrientas. Sólo con cambiarle la inicial por una mayúscula, el simple hecho de la sinceridad o la veracidad («conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente» y «conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa», da el diccionario de la RAE como primeras acepciones) se convierte en cuestión de fe y de batalla. La Verdad se la han disputado todos. La verdad con minúscula, sin embargo, es cosa de a diario, peccata minuta, susceptible de matizaciones, adornos y complementos. Admite plurales y derivaciones, se puede moldear sin resentirse, forma parte de nuestra modesta y simple vida.
De la cotidianeidad al dogma, pues, no hay más que un paso, el de concederle a una palabra la categoría de única, de exclusiva. Y lo haga un Papa católico, un Obispo protestante, el más influyente Imán del islamismo, el jefe de todos los Rabinos, cada cual desde su cátedra, o Fulanito Pérez (un suponer) desde el sofá de su casa, me parece igualmente un acto peligroso y lleno de soberbia.